Un Van Gogh de cinco metros
Los museos tienen un rival que quiere llevar el arte a otro nivel: la experiencia inmersiva. Supongo que tiene sentido cuando se trata de arte digital creado a propósito, un tripi inofensivo, pero me inquieta cuando se trata de magnificar la obra de Van Gogh, Frida Kahlo o Gustav Klimt
"Pondrá a prueba todos los límites": las claves del 'boom' de la cultura inmersiva
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
En uno de sus eruditos ensayos, el historiador Marc Fumaroli decía que las marquesinas de los autobuses se han convertido en un ejemplo para los museos. Espacios de cristal transparente, discretos, que te cobijan y a la vez te invitan a mirar lo que exhiben: publicidad. En el fondo, Fumaroli tocaba el nervio del arte en la era digital: ¿cómo deben ser los museos de hoy? Las grandes instituciones llevan décadas intentando adaptarse a los nuevos tiempos con ideas innovadoras. Hubo una época en que se definían como las nuevas catedrales, y uno iba al Guggenheim de Bilbao para perderse dentro de una escultura de Richard Serra. La Tate Modern de Londres abrió su gran sala Turbine para que artistas como Olafur Eliasson o Tacita Dean hicieran una instalación monumental y, mientras, las apuestas por los clásicos siguen siendo un éxito, como la antológica de Vermeer en Ámsterdam, este 2023, o el dúo Miró-Picasso ahora mismo en Barcelona.
Esas propuestas atraían a los amantes del arte, pero a su vez buscaban a los que viven para las modas y no quieren aburrirse mirando cuadros y esculturas durante horas. Como consecuencia se fue creando una liga de celebridades —con figuras como Jeff Koons, Takashi Murakami o Banksy— que, añadida a la fuerza visual de las redes sociales, ha doblegado el panorama. Basta con realizar una visita al nuevo Museo Moderno Contemporáneo, más conocido por Moco (con perdón) para entender estos cambios, a cuatro pasos del Picasso.
Por si fuera poco, ahora los museos tienen un rival que quiere llevar el arte a otro nivel: la experiencia inmersiva. Supongo que tiene sentido cuando se trata de arte digital creado a propósito, con combinaciones de colores y formas lisérgicas —un tripi inofensivo—, pero me inquieta cuando se trata de magnificar la obra de Van Gogh, Frida Kahlo o Gustav Klimt. Los entusiastas te dicen que es una sensación única y a menudo utilizan la misma expresión: “Es como entrar en el cuadro”. Pero lo que ven no es arte, ni siquiera es la realidad aumentada. Quizás el siguiente paso, diría Fumaroli, es que la Gioconda les hable en plena inmersión y les venda un champú. Anticaspa.
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