Aniversarios artísticos

Miró y Picasso: una ensaimada para cimentar una amistad de por vida

Pablo Picasso y Joan MIró en Mougins, en 1967.

Pablo Picasso y Joan MIró en Mougins, en 1967. / JACQUELINE ROQUE

Elena Hevia

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No podían ser más distintos. Pablo Picasso, extrovertido y prolífico, haciendo alarde de su facilidad para la creación, imponente, más grande que la vida. Joan Miró, tímido y prudente, puro derroche de amabilidad, luchando trabajosamente por la obra pausada y detenida hasta que en sus últimas etapas se le sueltan el trazo y los colores. Catorce años de diferencia separaban a los que empezaron siendo en sus cartas maestro y alumno y acabaron como queridos amigos, en una relación a lo largo en la que pueden apreciarse no pocos ecos y afinidades electivas.

'El gran desnudo en una butaca roja', de Picasso, dialoga con 'Llama en el espacio y mujer desnuda', de MIró.

'El gran desnudo en una butaca roja', de Picasso, dialoga con 'Llama en el espacio y mujer desnuda', de MIró. / ELISENDA PONS

Ese diálogo es la columna vertebral de la que es sin duda la gran muestra del año que ha tomado forma en el Museu Picasso y la Fundació Miró, cuando se cumplen 50 años de la muerte de Picasso y 40, en diciembre, de la del autor de ‘Dona i ocell’. Una exposición o mejor dicho, dos exposiciones, que se miran la una en la otra a través de 266 obras de ambos autores, entre pinturas, esculturas, objetos, obra gráfica y dibujos, y la curatoria de cuatro comisarias, cuatro, Margarida Cortadella, Elena Llorens, Teresa Montaner y Sònia Villegas. La intención es que cada una de las dos exposiciones muestre un recorrido autónomo con un relato que solo puede apreciarse al completo si se acude a ambas citas. “Si nos hubiéramos limitado a intercambiar las obras de ambos museos –advierte Marko Daniel, director de la Miró- esta ya sería una gran exposición, pero es que además nos han prestado obra algunos de los grandes museos del mundo y mucha colección particular”. 

El regreso de 'La Masía'

Entre las obras expuestas está el mítico óleo 'La masía', de Miró, que puede verse ahora en el Museu Picasso procedente de la National Gallery of Art de Washington. El cuadro cautivó de tal manera a un joven Ernest Hemingway que, cuenta la leyenda, se dedicó a trabajar como 'sparring' en gimnasios de boxeo para poder comprarlo. La pieza no visita Barcelona desde hace 30 años, cuando se la pudo ver con motivo del centenario de Miró. También por parte de Picasso hay alguna obra maestra: como el 'Retrato de Dora Maar' y 'La mujer que llora', procedentes del Museo Picasso de París y la Fundación Beyeler, de Basilea, respectivamente.  

'La masía', cuadro que fue propiedad de Ernst Hemingway, en la exposición de Barcelona.

'La masía', cuadro que fue propiedad de Ernest Hemingway, en la exposición de Barcelona. / ELISENDA PONS

Pero lo que importa aquí es la interactuación de ambos y esta, quiere la exposición, que se inicie en 1917 en el Liceu barcelonés, cuando ambos acudieron al estreno del ballet ‘Parade’ de los Grandes Ballets Rusos de Diàguilev y muy probablemente intercambiaron impresiones. ¿Qué se dijeron? No se sabe. Antes de que los artistas trabasen una verdadera amistad, lo hicieron sus respectivas madres, de ahí que la primera vez que Miró llegó a París, en 1920, lo hizo con un pastel –sí, un dulce-, hay quien dice que fue una ensaimada -lo que pensando en el destino mallorquín del autor tiene su gracia- que la madre de Picasso le había dado para su hijo. Ese mismo año, Miró pintó su famoso autorretrato, que formaría parte de la colección de Picasso durante toda su vida –regalo del marchante Josep Dalmau-, junto a ‘Retrato de una bailarina española’, pero muy especialmente ‘El caballo, la pipa y la flor roja’ –que ha viajado desde Filadelfia- un óleo clave y decididamente cubista y picassiano en el que el joven Miró rompe con el arte figurativo. 

Influencias surrealistas

El París que acoge al artista consagrado y al joven por formarse está dominado por el emergente surrealismo. Picasso es un verso libre que llega solo al movimiento –una prueba, el telón para el ballet ‘Mercure’ y sobre todo ‘Las tres bailarinas (La danza)’ con el que el malagueño se despide del clasicismo- mientras que Miró lo hace de la mano de André Masson y sus amigos escritores, Michel Leiris y Antonin Artaud. Ni uno ni otro llegaron a ser miembros oficiales del surrealismo, pese a interesarse por sus postulados. 

También exploran las exposiciones el impacto que el pionero del surrealismo Alfred Jarry tuvo en los creadores. Picasso, más veterano, llegó a conocer con seguridad al excéntrico dramaturgo, pero no el joven Miró, para quien, sin embargo, llegó a ser una verdadera obsesión a lo largo de toda su obra. Las obras inspiradas por 'Ubú, rey' pueden verse en el Museu Picasso de Barcelona, dirigido por Emmanuel Guigon, especialista en el autor y miembro del aún existente Colegio de Patafísica que tiene a Jarry como máxima inspiración. 

La amistad quedó atravesada por dos guerras cruciales. La Civil que reunió a los dos artistas luchadores por la República en el pabellón de la Exposición Internacional de París de 1937, para la que Picasso pintó el ‘Guernica’ –en una enorme tela- y Miró, ‘El segador’, directamente en una superficie de madera. La obra del catalán desgraciadamente desapareció cuando se desmanteló el habitáculo. La Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión para ambos. Para Picasso, que no regresó a su tierra, supuso mirar una realidad obsesiva directamente, mientras que en el caso de Miró impulsó la vuelta a Catalunya y más tarde a Mallorca para recluirse en un exilio interior a través de formas que escapan al acto pictórico y acabaron convirtiéndose en poesía.