Felicitaciones y deseos

Ilusiones con tinta y sello a prueba de extravíos de Correos

Una puede sentirse estafada y frustrada si Correos no culmina el trabajo de quien quiere felicitar las fiestas por carta, pero no debería; tampoco hemos de quedarnos de brazos cruzados ante un servicio ineficiente

Ilustración.

Ilustración. / Leonard Beard / Leonard Beard

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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Una lectora nos contaba esta semana en una carta que se sentía entre enfadada y disgustada porque decenas de postales de Navidad que había depositado en un buzón de correos del barrio, en Barcelona, no habían llegado a sus destinatarios. Contaba que habían pasado ya semanas del envío, que algunas sí habían llegado, a países lejanos, pero que la mayoría seguían perdidas en un limbo imprevisto: en el mejor de los casos llegarán a las casas después de las fiestas navideñas. Su enojo, en tiempos en que los móviles se calientan con gifs, vídeos y 'whatsapps' de felicitaciones exprés, veloces como el viento, suena tan 'vintage' como moderno: la nostalgia cada vez lleva a más personas a renunciar a nuevas tecnologías y el resurgir de ventas de teléfonos móviles sin internet pero con una batería larga y menos complicaciones capta un creciente interés de los más jóvenes. 

Laura, así se llama la lectora, explicaba que sus postales escritas a mano y personalizadas llevaban impregnado el espíritu de la Navidad, de igual forma que las cartas escritas a los Reyes Magos por los niños llevan, indeleble, la ilusión de la noche más mágica en el trazo inseguro de la lista de deseos que contienen. 

Justo estas navidades se ha dado a conocer que la Memòria Digital de Catalunya ha sumado a su colección 600 cartas a los Reyes de Oriente escritas por niños entre 1921 y 1925, y digitalizadas por el Centre de Recursos per a l’Aprenentatge i la investigació de la Universitat de Barcelona (CRAI), y aunque tocar o percibir directamente cualquiera de estos documentos es una experiencia única, la copia digital conserva una huella emocional de lo que fueron los sueños de aquellos críos que pedían láminas para dibujar y colores a los Reyes, o pistolas de juguete como eco de lo que habían visto con una guerra reciente. Muñecas para vestir como adultas, máquinas de coser, cuando aún no había conciencia del sexismo en los juguetes. Bicicletas para ir más rápido, más lejos. La letra caligráfica de esos niños de hace un siglo no es la de los niños de ahora, pero ambas están emparentadas como sus deseos, que ahora llevan marcas y modelos pero son en lo básico, los mismos. Tan parecidos que lo raro se hace excepcional: el alcalde de Vélez-Málaga buscaba estos días al niño que de forma anónima dejó una nota en un árbol de navidad de peticiones a los Reyes en que solo les pedía pasar la navidad con su familia y tener salud. 

 Escribir a mano, en papel, con esmero y quizá algún dibujo o lazada, sobres lacrados, sellos. Enviar una carta de puño y letra se ha convertido en la última trinchera de la identidad contra las tentaciones modernas que uniformizan la expresión de nuestros sentimientos, desde los emoticonos hasta los Reels que compartimos millones de usuarios de internet. Una carta a mano es un lujo que se convierte en regalo para uno mismo desde que compra el papel en una tienda, aún antes, desde que idea su envío, el mensaje, cuando elige quiénes serán las personas destinatarias. 

  Una puede sentirse estafada y frustrada si Correos no culmina el trabajo de quien quiere felicitar las fiestas por carta, pero no debería; tampoco hemos de quedarnos de brazos cruzados ante un servicio ineficiente. Pero el engranaje que mueve la idea de escribir a mano y enviar una carta empieza mucho antes y ya ha ganado la partida más importante de todas: la que supone renovar la ilusión un año más, como si fuera nueva, inasequible al desaliento y a la decepción. Memoria escrita de lo que somos y no queremos dejar de ser. 

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