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Josep Maria Fonalleras
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Juan Román Riquelme: el pusilánime que imitó al Topo Gigio

El pausado, más bien tristón, atemorizado y cabizbajo excentrocampista ahora se ha transmutado en un líder de masas, por ahora futbolísticas

Juan Román Riquelme es el nuevo presidente de Boca Juniors tras derrotar a la alianza Macri-Milei

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Juan Román Riquelme, durante la votación por la presidencia de Boca Juniors.

Juan Román Riquelme, durante la votación por la presidencia de Boca Juniors. / Efe

Los más viejos de la tribu (o al menos, los que ya tienen una cierta edad) recordarán el paso fugaz de Juan Román Riquelme por el Barça. Hace más de veinte años, en 2002. Su club de origen, Boca Juniors, pasaba una mala época porque Argentina vivía una crisis económica (la enésima, endémica crisis) y el presidente del club, un tal Mauricio Macri (¿les suena?) anunció que “ya estaba vendido al Barça”. Mientras tanto, Riquelme, que no sabía nada de la transacción, se enfureció y protagonizó, en abril de 2001, la escena que tenía que introducirle en el Olimpo de las celebraciones deportivas. Aún faltaba un año para que se hiciera efectivo el traspaso y Riquelme jugaba ante el River Plate, un derbi, como todos los que se disputan los dos principales equipos de Buenos Aires, lleno de reverberaciones pasionales. Tras marcar un penalti, se puso las manos, abiertas, tras las orejas, como si amplificase los pabellones auditivos, y dirigió el saludo al palco. La acción era reivindicativa, por supuesto, porque las disputas con Macri venían ya de lejos, cuando Riquelme había reclamado un aumento de sueldo que el mandatario no estaba dispuesto a asumir. Aquel gesto se hizo famoso y ha sido repetido muchas veces con distintos protagonistas. El jugador, impávido, aseguró que no tenía connotaciones personales, sino que era un guiño a su hija, fan de un muñeco de peluche italiano llamado Topo Gigio, que entonces triunfaba en Argentina y que tenía unas orejas francamente excesivas. Hacer un 'topogigio', desde ese día, se identificó como una manera de hacerse sentir, de exigir respeto. El hecho es que, finalmente, Riquelme fichó por el Barça, aunque solo jugó una temporada, sin pena ni gloria. La pena, de hecho, sí existió, y se concretó en el primer encuentro entre el futbolista y el entrenador, un tal Van Gaal, justo después de que el avión aterrizara en Barcelona. Van Gaal le encerró en una habitación, le hizo ver vídeos de sus jugadas y le dijo: “Todo esto es lo que hace usted. Es el mejor del mundo cuando tiene la pelota en los pies; cuando no la tiene, el equipo juega con un hombre menos”. Aquí se acabó la historia. Van Gaal apenas le hizo jugar, el equipo iba a la deriva, el entrenador salió por piernas del Camp Nou, llegó Laporta, fichó a Ronaldinho y Riquelme dijo adiós al Barça. Fue a parar al Villarreal, donde ciertamente triunfó, hasta que falló el penalti que pudo llevar al equipo de La Plana a la final de la Champions. Luego, Riquelme, enfadado con todo el mundo, regresó a Buenos Aires. Al Boca, claro.

Su historia oscila entre dos fechas decisivas. Este chico nació en 1978, un día antes de que la selección ganara ese Mundial ominoso de la dictadura militar. Y ahora, un año después de que Argentina ganara otra Copa del Mundo, Riquelme ha logrado pasar de leyenda a presidente del club, con el mayor porcentaje de votos que nunca ha recibido un candidato. Este relato no tendría más valor que el puramente deportivo si no fuera porque Riquelme luchaba contra un tal Andrés Ibarra, hombre de paja de aquel Macri con el que se había peleado y que, años más tarde, se convirtió en presidente de la República y, aún más tarde, en avalador de Javier Milei, quien, a su vez, avaló a Macri como nuevo responsable de Boca Juniors. En resumen, la victoria de Riquelme, incuestionable, contundente, también ha sido una derrota (la primera) de Milei. Así es como se ha celebrado, mientras el flamante presidente del país iba a votar a escondidas, temeroso de las reacciones de los aficionados porque una de sus primeras propuestas ha sido defender que los clubs argentinos sean sociedades anónimas.

El pausado, más bien tristón, atemorizado, pusilánime y cabizbajo Riquelme de su época de centrocampista (genial, eso sí, con pases y lanzamientos, con visión del juego, como recordarán los aficionados) ahora se ha transmutado en un líder de las masas, por ahora las futbolísticas. Cuando empezaba a despuntar, recibió una oferta de River Plate y su madre, una mujer que dio a luz a once hijos, le dijo que si fichaba por el eterno rival de la familia no haría falta que volviera a casa. El día que inauguraron su estatua en el museo de Boca dijo que “nací bostero y me voy a morir bostero como todos ustedes”. O “xeneize”, que es la otra forma de llamar a los fanáticos de Boca. Vete a saber. Hoy presides un club y al día siguiente te colocan como presidente de la nación. En Argentina no se puede descartar nada.

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