La espiral de la libreta

Otra vez, a las tres serán las dos

Sobre el paso del tiempo, su naturaleza y el gusto de leer a Pàmies

Reloj de lujo robado y recuperado por la Guardia Urbana

Reloj de lujo robado y recuperado por la Guardia Urbana / Guardia Urbana Barcelona

Olga Merino

Olga Merino

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Cuando era adolescente me deprimían los domingos en casa. Ahora, casi los anhelo si van a transcurrir sin estridencias, aunque arrastren tan mala fama desde siempre. «Nunca ocurre nada los domingos. / Nunca encuentras un nuevo amor en domingo. / Es el día de los infelices. / Día de pensión o día de familia», escribió la danesa Tove Ditlevsen en un poema titulado así, ‘Domingo’.

También García Márquez los odiaba, achacándoles la imperfección del mundo, debido al empecinamiento de Dios en descansar. Hombre, tampoco hay para tanto, si bien es cierto que hacia el final del día, en cuanto comienza a declinar la luz del sol, se detecta a veces un hueco, un ligero desequilibrio, un punto de fractura; es lo que tienen las expectativas. Para bien o para mal, el último domingo de octubre contiene una hora extra, susceptible de invertirse en una siesta más larga o en la postergada visita a los suegros. Una dádiva de 60 minutos. Un ‘bonus track’. Un diminuto viaje en el tiempo. A las tres serán las dos.

Ese es el título que ha escogido Sergi Pàmies para su nuevo libro… Ups, es justo al revés, ‘A les dues seran les tres’ (Quaderns Crema), como sucederá el domingo por venir del robo, cuando el horario de verano nos escamoteará el obsequio de esta hora. Nadie regala nada de balde. En cualquier caso, el lapsus con el título no reviste, creo, tanta importancia porque, como el autor sabe muy bien, existe una dimensión casi inaccesible donde pasado, presente y futuro conviven en una charca de fango revuelto, como si todo transcurriera de forma simultánea en distintos planos.

Ordenar armarios

Pàmies está sembrado. Vuela alto en esta nueva gavilla de cuentos, fragmentos, instantáneas, premoniciones o como quieran llamarlos. Hay que llevar la rienda del caballo muy larga para transformar en literatura incluso los entresijos del oficio, ya sea la elipsis, la verosimilitud o la elección de narrador u otro. Sabe desenterrar como nadie el absurdo o el vértigo que se esconden detrás de hechos u objetos cotidianos, en apariencia banales, ya sean una guitarra, una sobremesa en el restaurante La Pava, de Castelldefels, o la servidumbre de ordenar un armario: el hallazgo de la carta de un viejo poeta deviene ‘summa’ existencial.

El autor siempre tuvo rayos X en los ojos para atravesar las certezas, las supuestas seguridades de la razón, pero los años le están afilando aún más la mirada. Descreída, bastante de vuelta, libérrima, sin lastres, ácida pero nunca amarga. Alguna regalía habría de tener el paso del tiempo, que, a fin de cuentas, es el gran tema, el quid del asunto, el ‘pal del paller’, el mástil que sostiene cualquier tinglado/pajar. Por eso a las tres serán las dos. ¿O era al revés? En el fondo, da lo mismo. 

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