Periodista.
Josep Cuní
Periodista.
Arturo Pérez-Reverte y el problema eterno
En la novela 'El problema final', el legendario corresponsal de guerra se hace la misma pregunta que se formulan los analistas acerca del ataque a Israel
Terror en el festival de música de Israel
Arturo Pérez-Reverte: "Yo no escribo para mejorar el mundo, sino para hacer mejor mi vida"
La casualidad quiso que la presencia de Shlomo Ben Ami y sus advertencias sobre el conflicto Israel-Palestina en esta misma página este mismo día de la semana pasada convirtiera el pronóstico del historiador en veredicto del político. Parcial, sí, porque la coincidencia con el atentado de Hamás que nadie previó alteró la perspectiva del observador probablemente para frenar lo que él dibujaba: el futuro reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudí y el progresivo desmembramiento de la unidad árabe, hasta borrar su nombre del binomio de la animadversión histórica.
Este era el vaticinio del autor de 'Profetas sin honor'. Y así fue como la conjunción periodística derivó en drama colectivo y la enemistad atávica, en guerra inevitable porque, como sabemos, todo es historia en esta historia.
A partir de ahí, la hispana habilidad de convertir cualquier noticia internacional en motivo de trifulca nacional recuperó el maniqueísmo habitual ante esta cuestión. Y cada bando esgrimió lo que su conciencia política le ha grabado sin admitir matices ni reconocer diferencias. También en esto la equidistancia ha quedado maltrecha. Nadie quiere aceptar nada negativo de los propios. Mucho menos sus errores.
"Es cierto que Israel lleva décadas empujando a los palestinos a la desesperación y la cólera; pero también es cierto que secuestrar y matar a mujeres, niños y ancianos es una infamia. Y más si se hace al grito de 'Dios es grande'". Esto opinó, a petición de sus amigos, Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez (Cartagena, Murcia, 25 de noviembre de 1951).
El legendario corresponsal de guerra curtido en docenas de batallas y forjado en territorio comanche subrayaba a su vez la sorpresa de lo poco que se comentó el baile de los jóvenes israelíes congregados en la fiesta y ajenos al peligro que les acechaba, "al mundo real, a la cólera y la muerte acercándose por el cielo en parapentes y ultraligeros. Símbolo de lo que tenemos y vamos a tener". Una advertencia de lo que ya descubrimos cuando los aviones impactaron en las Torres Gemelas. O cuando tuvimos que asumir que los comandos suicidas nos podían atacar en cualquier sala de fiestas, feria tradicional o rambla del mundo.
Arturo sabe siempre de qué habla cuando decide abrir la boca, desenfundar el bolígrafo o sentarse frente al ordenador. Antes ha dedicado el tiempo necesario a ilustrarse, y esto le da la libertad de expresarse como considera oportuno a sabiendas de que a muchos les disgustará cómo lo cuenta, cómo responde o cómo se despacha. A su indiscutible capacidad creativa cabe añadir su amplia imaginación, siempre más allá de la nuestra gracias a una personalidad libre de ataduras.
Así es el Pérez-Reverte que no se anda con remilgos, porque los buenos navegantes saben lo engañoso que puede ser el mar y los mejores escritores, lo terrible que esconde la condición humana, como señalaba su admirado Joseph Conrad.
Ahora, en 'El problema final', el también académico se adentra en una 'novela-problema' en la que el escritor veterano, jugando a Sherlock Holmes, se intercambia con el lector ingenuo que fue, no para resolver el enigma de tres asesinados en una isla griega aislada por el temporal preguntándose quién lo hizo, sino cómo se hizo.
La misma pregunta que se formulan los analistas acerca del ataque con el que todo volvió a empezar.
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