Subvertir el bien y el mal
Negar el carácter de víctima a un refugiado es fundamental para fortalecer el discurso que asimila extranjero a diferencia y peligro
Emma Riverola
Escritora
La exclusión y el exterminio de los judíos no fue una enajenación sobrevenida, sino el centro de la política del Tercer Reich. Como señala el historiador experto en Holocausto Peter Longerich, eliminar a los judíos de la sociedad alemana era “el instrumento para hacer realidad, progresivamente, los distintos ámbitos vitales” de las aspiraciones nacionalsocialistas. A través de esa política de deshumanización y persecución se subvirtieron los criterios morales. En solo un puñado de años, se trastocaron las bases de lo que parecían valores asentados. Lo que era bueno o malo, lo correcto o lo intolerable.
“Política de crueldad performativa y venganza”, “retórica sádica” o “teatro de la crueldad” son algunos de los términos con los que ‘The Guardian’ calificó el ejercicio de la ministra de Interior Suella Braverman el pasado abril. La puntilla había sido unas declaraciones en las que acusaba a los hombres británico-paquistaníes de abusadores sexuales de niños. Así, sin matices. Fue tal el impacto del exabrupto que Sayeeda Warsi, expresidenta del Partido Conservador, denunció en el mismo diario el “lenguaje irresponsable y divisivo” de su compañera de filas y recordó que un informe del ministerio del Interior de 2020 concluyó que “la mayoría de las bandas de abuso sexual infantil están formadas por hombres blancos menores de 30 años”.
Ahora, Braverman (hija de migrantes indios) cuestiona la Convención Europea para los Refugiados de 1951 al afirmar que “tener miedo a ser discriminado en tu país de origen” por ser homosexual no puede bastar para tener derecho a la protección. La persecución de las personas LGTBI no es una cuestión de “tener miedo a”. Detenciones, tortura, incluso la aplicación de la pena de muerte, son algunas de las realidades a las que se enfrentan. Huir es pura supervivencia. Hace tan solo un puñado de años debatíamos sobre cómo aumentar la protección de las personas perseguidas, ahora solo se ahonda en la intemperie.
Negar el carácter de víctima a un refugiado es fundamental para fortalecer el discurso que asimila extranjero a diferencia y peligro. Un modo torticero de recrear las fantasías de la pureza nacional. Pero creer que el trato a los migrantes no afecta al resto de la ciudadanía es tan iluso cómo pensar que la eliminación de los judíos era un tema marginal del Tercer Reich. Reformatea el cerebro, la moral. En el fondo, al negar la vulnerabilidad de un migrante LGTBI se niega la existencia propia de dicha discriminación. La intemperie se extiende dentro de las fronteras.
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