Caleidoscopio

La berrea nacional

En el Parlamento los machos y las hembras que se disputan el poder, más ocupados en alcanzarlo que en atender a lo que sucede fuera, apenas tienen tiempo para hablar de las 49 mujeres asesinadas

Un grupo de ciervos en el parque nacional de Cabañeros.

Un grupo de ciervos en el parque nacional de Cabañeros. / EFE

Julio Llamazares

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En los días en los que en los bosques de España comienza la berrea de los ciervos se está celebrando otra mucho más ruidosa que tiene por protagonistas a nuestros representantes políticos. Mientras que la de los cérvidos tiene lugar al amanecer y al atardecer y como objetivo la reproducción, la de los políticos se escucha a todas las horas y su fin es otro menos natural: el poder. Cierto que entre los ciervos el dominio territorial es el que da derecho a los machos a cubrir a las hembras y a reproducirse, pero su poder se diferencia del de los políticos en que, terminada la época del apareamiento, todo vuelve a la tranquilidad. La berrea política, en cambio, no cesa en ningún momento y se mantiene indefinidamente por más que en ocasiones, como la investidura de un nuevo presidente de Gobierno, la algarabía y el ruido aumenten hasta lo insoportable mientras los aspirantes a conseguir el poder enfrentan sus cornamentas en el Congreso durante días.

Pero no solo en el Parlamento se celebra la berrea nacional. En los medios de comunicación hace ya tiempo que se escuchan los bramidos de reclamo de los machos y las hembras (en la berrea política por suerte estas ya participan de igual a igual con sus compañeros, si bien aún estén en inferioridad numérica) llamando a sus antagonistas a entenderse para bien de todos, dicen, cuando es su propio bien el que persiguen en primer lugar. Como a los ciervos, más que la perpetuación de la especie les importa la suya, así como poder mandar y cubrir al país entero. Incluso machos viejos y ya fuera de la lucha pretenden seguir dirigiendo a los jóvenes como si el haber ejercido el poder cuando ellos lo eran les diera una autoridad que nadie, salvo ellos a sí mismos, les otorga. Llámense Felipe González o Alfonso Guerra o Aznar, sus bramidos son más patéticos cada berrea, pues ya nadie les escucha (aunque ellos crean que sí), como les pasa a los ciervos viejos y en retirada. Ni siquiera se dan cuenta de que la composición de sus manadas respectivas ha cambiado, así como la distribución del poder dentro de ellas, que ya no está en manos de los machos únicamente como en sus tiempos. La demostración ha sido el berrido extemporáneo de Alfonso Guerra de hace unos días sobre las horas de peluquería de Yolanda Díaz, la hembra alfa del grupo de Sumar.

Junto a la berrea política (y junto a la de los ciervos que estos días se escucha en nuestros bosques) suena, no obstante, otra más violenta de la que apenas se ha hablado en la investidura fallida de Feijóo y que es esa que les está costando la vida a decenas de mujeres españolas, 49 a fecha de hoy, las mismas que en todo el año pasado, a manos de unos machos que no admiten su rechazo porque consideran que como hembras les pertenecen, en un discurso animal que nada tiene de metafórico. Sus berridos resuenan por todo el país, pero en el Parlamento los machos y las hembras que se disputan el poder, más ocupados en alcanzarlo que en atender a lo que sucede fuera, apenas tienen tiempo para hablar de ello, y eso a pesar de que en la berrea de asesinatos y de agresiones sexuales que está teniendo lugar mientras ellos hablan hay implicados también chicos jóvenes, menores de edad incluso, que imitan a las manadas en sus ataques a las mujeres y hasta utilizan la tecnología y la ciencia para expandir su berrea por la red convirtiendo la de los ciervos en un cuento para niños.