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Las lenguas siempre unen

Auriculares en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, que serán utilizados por primera vez en la sesión plenaria del día 19 de septiembre.

Auriculares en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, que serán utilizados por primera vez en la sesión plenaria del día 19 de septiembre. / José Luis Roca

Albert Sáez

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Digan lo que digan algunos trogloditas, las lenguas siempre unen. Existen para comunicarnos, cuya etimología nos lleva a la comunión, que es la unión de dos o más cosas en lo que tienen en común. Las lenguas son un asunto muy complicado porque constituyen algo muy íntimo y, a la vez, están cargadas de connotación política. Que, desde este martes, se pueda hablar gallego, vasco y catalán en el Congreso de los Diputados, como ya se hace en el Senado, significa para muchos españoles un elemento de identificación con lo que allí ocurre. Quizás no el único ni el principal, pero no vamos sobrados de ellos. Para otros, es el principio de un fin que ha sido tantas veces anunciado que cuesta un poco de tenerle miedo. La frivolidad es un mal asunto en política porque implica la banalización de los problemas. Reducir el uso de las lenguas cooficiales a la logística del pinganillo esconde una cierta concepción de la política porque lo que ese artefacto separa en el hemiciclo seguramente une a muchos de los ciudadanos allí representados. Me ha sorprendido que el portavoz del PP, el ponderado Borja Sémper, haya ventilado el asunto con un "no vamos a hacer el canelo" que puede resultar ofensivo para muchos españoles que también hablan catalán, vasco o gallego. De la misma manera que me ha parecido una falta de consideración que algunos grupos hayan anunciado que a partir de ahora renunciarán siempre al castellano, cosa que les aleja de muchos de sus propios votantes.

Vincular la oficialidad de las lenguas al número de hablantes es otro craso error. El inglés, uno de los idiomas de trabajo de la UE (junto al francés y al alemán), es oficial en dos estados miembros que suman poco más de 6 millones de habitantes. El inglés es el latín de la edad contemporánea. La hegemonía de los negocios ha relevado a la religión. Es un idioma simpático que no tiene ni siquiera una rígida academia napoleónica que dicte un diccionario y una gramática oficiales. A nadie le gusta que le digan que no puede utilizar su idioma porque lo habla poca gente. Lo sabe perfectamente. Muchos países del norte de Europa, de los más reacios a incorporar nuevas lenguas oficiales a la UE, han renunciado al uso de sus lenguas vernáculas en la universidad y en los negocios. Por eso no entienden que otros no lo hagan. Pero cuando leen los textos oficiales de la UE en su lengua, se siente más en comunión con el resto de europeos. Las lenguas siempre unen, no se dejen engañar. Los estados nacieron para imponer unas lenguas sobre otras. Las uniones de estados surgieron para protegerlas a todas.   

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