Debate político
Ruth Ferrero-Turrión

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)

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El dilema de la ampliación de la UE

La entrada de nuevos estados miembros se ha convertido en un imperativo geopolítico al servicio de los intereses de seguridad de la Unión Europea

Michel apunta al 2030 como fecha para la próxima ampliación de la UE

Von der Leyen llama a completar la ampliación de la Unión Europea a Ucrania y los Balcanes

Discurso sobre el Estado de la Unión Europea

Discurso sobre el Estado de la Unión Europea

La política de ampliación, otrora guardada en un cajón y relegada al olvido, ha reaparecido de manera explosiva en todas las agendas políticas vinculadas al proyecto europeo. Y sin embargo, no hace tanto tiempo, en 2014, el entonces candidato y, posteriormente, presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, afirmó que no habría nuevas entradas en la UE, al menos durante la siguiente legislatura, dando un portazo en las narices a los países que entonces todavía confiaban en que tendrían un hueco en la UE. Fue en ese momento cuando la política de ampliación desapareció de los discursos y de las propuestas políticas europeas. Comenzaba entonces un ciclo en el que se sucedieron múltiples y variadas crisis: la del euro, el Brexit, la crisis humanitaria de los refugiados sirios, el covid, un ciclo que solo se ha cerrado, paradójicamente, cuando la guerra clásica, la de trincheras y artillería, ha vuelto al continente europeo.

Durante años, fue el Reino Unido el Estado miembro que más presionó para que la UE se ampliara, con el objetivo de convertirla en un gran mercado único, pero sin integración política. Resulta irónico que lo que durante todo el proceso de integración europeo intentó Londres lo esté consiguiendo el Kremlin. El cierre de toda esperanza con la denominada fatiga de la ampliación coincidió también con la salida del Reino Unido del proyecto europeo.

Las trabas políticas enmascaradas de cuestiones técnicas, esgrimidas durante años frente a los países que querían formar parte de la UE, se convirtieron en muros insalvables y en desesperanza, desilusión y desconfianza hacia las promesas de Bruselas. Albania y Macedonia del Norte fueron sin duda los países más perjudicados por el rechazo europeo; otros, como Serbia, aprovecharon la coyuntura para jugar a dos, o incluso a tres bandas, mientras Kosovo y Bosnia-Herzegovina quedaron relegados al olvido.

Ahora, sin embargo, todo ha cambiado. La ampliación se ha convertido en un imperativo geopolítico al servicio de los intereses de seguridad de la UE. Un argumento que, por cierto, tampoco es nuevo. Ya en 2004 y 2007 se habló de la ampliación geopolítica hacia el Este de Europa. Entonces se incorporaron a la UE diez nuevos miembros. Entonces, como ahora, se debatió sobre la capacidad de absorción y se lanzó la Agenda de Berlín, en 2000, que se materializaría en el Tratado de Niza que preparaba para esa gran ampliación. 

Una gran ampliación que ahora palidece. Entonces no se incorporó a ningún país de las dimensiones de Ucrania en territorio y población, con 43 millones de habitantes, y, por el momento, tampoco se conoce una hoja de ruta en la que estén de acuerdo todos los estados miembros. Entonces, con los criterios de Copenhague se establecieron los requisitos innegociables para el acceso: democracia, Estado de derecho, economía de mercado. Ahora, algunos de ellos ni tan siquiera se cumplen en los actuales miembros.

Sin duda, la cumbre de Madrid de diciembre será determinante para mostrar qué hoja de ruta, qué objetivos y qué Europa se quiere construir colectivamente. Con el ingreso de diez nuevos estados y el objetivo temporal manifestado por Charles Michel, de 2030, como fecha de entrada en el club europeo, sin duda la tarea será ardua. Con esta agenda, deberán abordarse en tiempo récord cuestiones esenciales de gobernabilidad, lo que incluye los equilibrios de poder, el voto y el proceso de toma de decisiones. También afectará a asuntos que impactarán de manera sustantiva en la ciudadanía, ya que será necesaria una revisión de políticas tan sensibles como la Política Agraria Común o la distribución de los Fondos Europeos, de los que los nuevos estados serían receptores netos. Y, por supuesto, habrá que pensar cómo trabajar con admitir a nuevos estados que se encuentran en conflictos, tanto activos como congelados, con las implicaciones de seguridad que ello conlleva. 

La Unión Europea se juega mucho en su vecindad más cercana si realiza promesas que luego no puede cumplir. Lo que ha sucedido en los Balcanes durante los últimos años con las derivas iliberales, el deterioro democrático, el incremento del euroescepticismo y la creciente influencia de Rusia, China o Turquía, quedará en una simple anécdota. 

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