La contraofensiva ucraniana entre críticas y escupitajos
Más que dar consejos desde los despachos, lo que queda por determinar es hasta qué punto los aliados de Kiev están dispuestos a suministrar a los ucranianos los medios necesarios no para resistir la embestida rusa, sino para la victoria
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
En paralelo a los duros combates en el campo de batalla comienzan a hacerse visibles otros menos violentos, pero crecientemente cargados de críticas, entre Kiev y sus aliados occidentales. Los segundos dejan traslucir un notable disgusto por lo que consideran errores tácticos de los mandos militares ucranianos -demasiado énfasis en recuperar Bajmut, con un alto coste en vidas y material, lo que detrae recursos muy necesarios en otros frentes- y hasta falta de voluntad de combate -atacan con pequeñas unidades, incapaces de lograr resultados decisivos contra las líneas de defensa rusas, en lugar de emplearse más a fondo con grandes unidades para romper dichas líneas. La respuesta ucraniana, por boca de su ministro de exteriores, Dmytro Kuleba, no ha podido ser más contundente: “criticar la lentitud de la contraofensiva equivale a escupir en la cara de los soldados ucranianos que sacrifican su vida todos los días”.
Desde luego, no puede decirse que la contraofensiva haya logrado ya sus objetivos, entendiendo que llegar al mar de Azov, retomando Melitópol y/o Berdiansk, es uno de los principales con la idea de cortar el corredor terrestre que le permite a Rusia sostener a sus tropas en Crimea. Pero es incuestionable que, metro a metro, las unidades ucranianas van avanzando sin que las rusas logren dar la vuelta a la situación. Desde el arranque de los ataques ucranianos a principios de junio el escenario bélico presenta un panorama aún más complejo, con Kiev decidido a atacar con drones en pleno territorio ruso, al tiempo que ya ha logrado poner sus pies en la orilla oriental del Dniéper y hasta ha realizado incursiones exitosas en la propia Crimea. En su eje principal de avance, las unidades más adelantadas han logrado penetrar ya la primera línea de defensa rusa (lo que no significa todavía superarla). De ese modo ya con localidades como Robotyne, Urozhaine y ahora Verbove en sus manos- comienza a vislumbrarse la posibilidad de que Kiev pueda emplear unidades de mayor entidad, dotadas de material occidental avanzado, para profundizar en dirección hacia Tokmak y más allá.
Que, más allá de elementales consideraciones éticas y ante la posibilidad de que la guerra se prolongue indefinidamente, Ucrania tiene que ahorrar vidas es elemental si se tiene en cuenta que solo contaba al inicio de la invasión rusa con apenas 46 millones de habitantes, frente a los 145 de Rusia. Que no haya podido avanzar más en su contraofensiva, a pesar de haber demostrado un extraordinario rendimiento en el campo de batalla, no es falta de ardor combativo y mucho menos cobardía. Es, en gran medida, el resultado del retraso en atender sus peticiones de más y mejor material para poder lanzar el ataque antes de que las tropas rusas tuvieran el tiempo suficiente para reforzar sus posiciones defensivas con todo tipo de obstáculos.
Por todo ello, más que dar consejos desde los despachos y las tribunas de Washington y otras capitales occidentales, lo que queda por determinar es hasta qué punto los aliados de Kiev están dispuestos, como acaba de señalar el ministro de exteriores lituano, Gabrielius Landsbergis, a suministrar a los ucranianos los medios necesarios no para resistir la embestida rusa, sino para la victoria. El temor a la escalada rusa explica las reticencias de algunos para dar ese paso; pero también cuentan, como sigue demostrando la Hungría de Viktor Orban -bloqueando la posibilidad de financiar nuevas entregas a Kiev- los alineamientos ideológicos. Así estamos.
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