Elecciones 23J
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

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¿Hora o deshora de Puigdemont?

La nueva fase en la que entramos no solo ayudaría a superar la división interna del independentismo, sino que ofrecería a Carles Puigdemont la posibilidad de superar su liderazgo más allá de sus estrictos votantes

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / JULIEN WARNAND / EFE

El PP tardó meses en digerir la derrota de 2004. Los dolorosos atentados de Atocha y la mentira de la atribución a ETA abrió la puerta a la época Zapatero. Dos décadas más tarde, la derecha vive una digestión todavía más dificultosa. Tiene que asumir una derrota que, por inesperada, cuestiona el liderazgo de Feijóo en un marco, en que la ultraderecha hace tiempo que ya vive emancipada del partido madre.

Entonces, los aullidos de la caverna llevaban el nombre del independentismo de ERC y de Carod-Rovira, brutalmente deshumanizado por el nacionalismo español por haber pactado, según el embustero Aznar, que ETA continuara matando fuera de territorio catalán. A pesar del inmenso precio personal pagado por el dirigente republicano, se abrió un periodo de esperanza para Catalunya, el saldo del cual hubiera sido más positivo sin el fracaso del Estatut provocado por la animadversión del PSOE hacia el tripartito de Maragall y las prisas de CiU por recuperar la Generalitat.

En todo caso, hoy, una nueva derrota de la derecha se ha convertido en fuente de oportunidades para nuestro país. En 2004 estaba en juego hacer el molde para unos estatutos de segunda generación que profundizaran el autogobierno en el camino hacia un estado federal, ahora va de metabolizar en clave democrática el 1-O. Es decir, negociar la construcción de una solución a partir del principio democrático.

Ciertamente, algunas rémoras de aquellos tiempos perviven. Por un lado, una persistente catalanofobia en la sociedad que convierte en titánico cualquier intento de comprensión de Catalunya, por epidérmico que sea, por parte de la izquierda española. Por otro, la pérdida de temple nacional del PSC (cuesta imaginar a un Illa 'president' abriendo unos Juegos Olímpicos recordando la Olímpiada Popular de 1936 y a Companys, como hizo Maragall en 1992).

Y una última y no menos importante: la división del mundo independentista. Seguramente inevitable, porque ha tenido que ver con la la aplicación de una nueva estrategia para encarar el 'posprocés'. En definitiva, el independentismo anclado primero en la “unilateralidad”, después en la “confrontación” y finalmente en el “¡basta: amnistía y referéndum, ya!” tenía que topar ineludiblemente con la línea seguida por ERC, de conquista progresiva de una mesa de negociación con el Estado a través de la colaboración con gobiernos españoles proclives al diálogo. Prueba de ello son la aprobación de los Presupuestos de Sánchez y la tarea de Rufián (en ocasiones huérfano de acompañamiento por el acomplejamiento de algunos de los suyos ante el mundo posconvergente). En definitiva, pactar una estrategia común ERC-Junts-CUP nunca podía ser tarea fácil porque las ideologías son tan distintas como plurales las sociedades y fatigoso el peso de la historia.

Más allá de los descargos, el independentismo tendría que preocuparse por los 730.000 votos perdidos, por que el batacazo de Junts haya sido causado por la abstención, la de la CUP por los votos a Yolanda Díaz y la de ERC por electores que han creído que el PSOE ofrecía más garantías antifascistas que el partido de Companys, lo cual tendría que hacer ver a Junqueras la inutilidad de ciertas prédicas que relativizan dónde empieza y dónde acaba la izquierda. La de aquí y la de allá.

En todo caso, felizmente, al independentismo le ha caído el Gordo. Tan gordo como impactante ha sido la mengua de sufragios el 23-J. Que la aritmética parlamentaria convierta a ERC en imprescindible garantiza que la colaboración con Sánchez continuará, si está dispuesto a ceder en tres demandas que tienen un apoyo transversal y mayoritario en Catalunya: traspaso integral de Rodalies, asunción del insoportable déficit fiscal y el no entierro de la mesa de diálogo. Que la misma aritmética lo amplíe a Junts ofrece a Turull pasar de las trincheras a la utilidad social del campo abierto.

Hacer piña, al fin y al cabo, con ERC para lograr los tres objetivos y alcanzar nuevos compromisos de desjudicialización para un nuevo tempo político Catalunya-España. Una fase que no solo ayudaría a superar la división interna del independentismo, sino que ofrecería a Carles Puigdemont la posibilidad de superar su liderazgo más allá del ámbito de sus estrictos votantes.

Haría falta, pues, no derrochar el Gordo. No sea que la Fortuna lo castigara a empequeñecer. A él y a todo el independentismo.

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