GOLPE FRANCO

Para contar el fútbol

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Emilio Pérez de Rozas y Juan Cruz dialogan sobre Barça y periodismo

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Juan Cruz

Juan Cruz

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Albert Guasch, querido compañero de El Periódico, tuvo la idea de juntarnos a Emilio Pérez de Rozas y a este cronista para hablar del Barça, es decir, del fútbol, e imagino que pronto habrá noticia, quizá ahora mismo o cuando él lo crea oportuno, de aquello que hablamos el maestro, él y yo. Durante un tiempo, en mi juventud isleña, en la plaza del Charco del Puerto de la Cruz, donde me hice cronista de fútbol cuando tenía 13 años y ya era del Barça, hablar o leer de fútbol era una religión más pegadiza que aquella a las que nos convocaban los curas.

De hecho, fue en el patio del colegio de los Salesianos donde escuché por primera vez un nombre propio que saltó en esa conversación a la que nos condujo Guasch. Era el nombre de Antonio Valencia, un cronista del Marca que además era un estilista que escribía libros sobre otros cometidos, pero su pasión era el fútbol, decirlo, explicarlo, convertirlo en una metáfora literaria de la vida.

A él le debo, por ejemplo, una descripción insólita entonces, y aun ahora, de las distintas gradaciones, de fuerza, de dolor o de alegría, que contienen los noventa minutos que dura cada enfrentamiento. Él decía que el fútbol se rige por retos musicales que, si se cumplen, convierten el balompié en un gozo y en un desafío estético. Desde la potería, donde la delicadeza del portero puede introducir el juego en un arrebato lírico, centrando bien a sus medios, hasta el episodio más sobresaliente del juego, el remate, se convierte en el final de una sinfonía que no tendría sentido si fuera un mero tiro a puerta.

El fútbol es metáfora

La palabra tiro, o la palabra disparo, era un disparate estético, porque lo que el delante hace es acariciar el esférico para convertir su giro en un hallazgo que desafía al portero. Éste se adentra en los aires, obnubilado por el desafío de la pelota. Que pare o no es la raíz de la trama. El aplauso o la decepción del espectador, de uno u otro bando, es el último suspiro que produce la jugada. Y no es un suspiro cualquiera, es la explicación de que la lucha valió la pena…, al menos para provocar ese escudo de alivio o de decepción.

Me gustó evocar con Pérez de Rozas ese momento de mi vida, cuando escuché el nombre de Antonio Valencia, que en aquella época adolescente se juntaba con los nombres de su padre, el gran fotógrafo que hizo inmortales goles que se hicieron con el cartabón musical descrito por Valencia, o los de Martín Girard, venerable ahora como Gonzalo Suárez, e inolvidable en todas sus facetas, o José Luis Lasplazas, periodista de enorme influencia, que hablaba en la radio de la época como si estuviera describiendo episodios de la guerra mundial cuando en realidad se estaba centrando en lo que pasaba cuando Kubala remitía sus cartas envenenadas a la puerta contraria.

Y es que el fútbol o es metáfora o no es nada, un aburrimiento que reúne a un grupo de desalmados ahora ricos que en realidad quieren desvalijar al contrario. Algunos (siempre pienso en don Matías Prats, o en Miguel Ángel Valdivieso, como trasuntos del actual Flaquer de la SER o el Oliveros de la Cope) se esmeran para que el fútbol ofrezca en la radio la oportunidad de relatos épicos, o bien educados, que huyen del insulto o del desdén por el árbitro, y que buscan en la voluta de las palabras la densidad exacta de la importancia del juego.

Felicidad y no hastío

Sin palabra no hay fútbol, igual que sin música no hay literatura. Sin personajes como Besa, Relaño, Valdano o Fontanarrosa, o nuestro querido Emilio, las páginas de fútbol dicho o narrado sería como una discusión sobre los fallos de los árbitros, una nadería en torno a un espectáculo maravilloso desde que nació.

Hablar con el maestro Pérez de Rozas, como ver las fotografías de su padre, o como evocar las enseñanzas de aquel Antonio Bigatá (el seudónimo del inolvidable Antonio Franco, Golpe Franco, esta sección, es un homenaje a su memoria) es una de esas rarezas que aún permiten que el fútbol produzca felicidad y no hastío. Y no hastío. 

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