Arenas movedizas

El tiempo de Ibáñez

El historietista era un hombre de su época, que no se parece en nada a la actual. Las inocentes y divertidas aventuras de sus personajes correrían hoy el riesgo de ser diana de los ofendidos

Imagen de archivo de Francisco Ibáñez.

Imagen de archivo de Francisco Ibáñez. / Marta Pérez

Jorge Fauró

Jorge Fauró

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Francisco Ibáñez era un hombre de su tiempo, del suyo propio y el de los millones de lectores que durante varias décadas acudían puntuales a su cita con esos personajes con los que tantos españoles crecimos. Pese a ser eterno mucho antes de su muerte, no puede decirse que el genial historietista, fallecido días atrás, fuera en puridad un autor de esta era, la actual, ni de esta época ni de la perteneciente a las generaciones de niños y jóvenes que no han crecido con él porque han construido su infancia y su pubertad con entretenimientos bien distintos a las andanzas de Mortadelo. Eso no le quita un gramo de su grandeza ni de su genio, pero es una evidencia que los teléfonos móviles, las consolas y las plataformas de ‘streaming’ suplantaron al tebeo y a muchas otras cosas más entre las preferencias del nuevo público, del mismo modo que el cedé acabó con las cintas de casete, Internet jubiló al fax o las nuevas plataformas audiovisuales amenazan el reinado de la televisión. Son los tiempos. Ni mejores ni peores, solo distintos, nuevos.

La constatación de esta evidencia no impide que aflore cierto halo de melancolía. Apena saber que las referencias culturales de varias generaciones han caído en el olvido para quienes nacieron con el siglo. Pero, ojo, es posible que las historietas de Francisco Ibáñez, como las películas de Laurel y Hardy, de los Hermanos Marx o parte del cine clásico en general, no formen parte del acervo cultural de la Generación Z, la nacida entre 1994 y 2010, algo tan comprensible como el hecho de que algunos ‘millennials’ o una amplia porción de los llamados ‘boomers’ no se hayan puesto en su vida a los mandos de una Playstation, se mantengan alejados de Twicht y TikTok, se nieguen en redondo a ver series en el teléfono o no tengan el menor interés por la Kings League, hábitos de entretenimiento que posiblemente no se incluyan nunca, o acaso vagamente, entre las actividades de ocio de quienes ya andan cerca de la edad de jubilación.

Hay alrededor de todo cuanto se ha escrito sobre Ibáñez algún elemento interesante para la reflexión. De haber tenido hoy el historietista la popularidad de décadas pasadas, ¿habría sido posible sostener a algunos personajes, situaciones o gags que contribuyeron a su éxito sin que alguien no saliera a cuestionarlos? ¿Habría dibujado a Ofelia, un personaje del que otros hacían bromas a costa de su sobrepeso y de su talla de sujetador? ¿Toda la gente que vive en los pueblos lleva necesariamente una boina? ¿Qué ocurriría con las referencias sobreentendidas, esporádicas, aunque generalmente burlonas, a la homosexualidad, absolutamente propias de la época en que se publicaron?

En los nuevos tiempos, que no son los de Ibáñez, nos desenvolvemos demasiado condicionados por ese movimiento importado de Estados Unidos que se conoce como ‘woke’, que nació para definir a esos colectivos o personas siempre alertas ante la injusticia (racismo, desigualdad, discriminación por género u orientación sexual) y que parece haber evolucionado a una susceptibilidad no siempre justificada y hacia una tendencia a reprobar o censurar aquello en lo que se discrepa. Es probable que en 2023 algunas viñetas de Ibáñez hubieran quedado atrapadas en las redes de esa cultura ‘woke’.

El autor de las aventuras de Mortadelo y Filemón o el Botones Sacarino planteó buena parte de sus historias al hilo de la coetaneidad, ya fuera un Mundial de fútbol, los Juegos Olímpicos o la segunda guerra fría de la era Reagan. Sus creaciones estaban a menudo al cabo de la calle. Habría sido interesante observar cómo se recibirían hoy trabajos de Ibáñez pegados a la actualidad política y social española, cuánto tardarían en salir los ofendidos y cuánto en convertir al dibujante en ‘trending topic’ porque una determinada viñeta pudiera interpretarse con más susceptibilidad de la debida. Porque al margen de que la lógica de la evolución establezca que lo ‘normal’ es entretenerse con las posibilidades infinitas de la tecnología y no con ‘El sulfato atómico’, en la escala de lo que puede decirse o lo que conviene no hacerlo; de lo que puede escribirse para el público o guardárselo para uno; o de lo que puede expresarse con libertad o callarse la opinión, no se vayan a ofender a unos cuantos y acabemos cancelados. En eso sí hemos cambiado. Y tengo mis dudas de que haya sido para mejor.

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