Rusia
Cristina Manzano

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Directora de Esglobal

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El imperio después de Putin

Quienquiera que le suceda nunca podrá asumir el áurea de quien supo devolver a Rusia el orgullo, como imperio, que había perdido

Russian President Vladimir Putin meets with residents of Derbent during his working trip to Russia's Republic of Dagestan on June 28, 2023. (Photo by Gavriil GRIGOROV / SPUTNIK / AFP)

Russian President Vladimir Putin meets with residents of Derbent during his working trip to Russia's Republic of Dagestan on June 28, 2023. (Photo by Gavriil GRIGOROV / SPUTNIK / AFP) / Gavriil GRIGOROV / SPUTNIK / AFP

Desde fuera, podemos creer que el liderazgo de Putin ha salido debilitado tras la asonada de Wagner y su jefe, Yevgueni Prigozhin; desde dentro, no es lo que dicen las encuestas. Según el Centro Levada, para la mayoría de la población rusa el incidente es solo una muestra más del caos y las rencillas entre las élites; lo que preocupa a la gente son los precios altos, los salarios bajos y los costes de la sanidad. Frente a la rebelión, Putin hizo lo que tenía que hacer. Su grado de aprobación no ha variado entre mayo y junio.

Desde fuera, cuesta entender cómo piensa la sociedad rusa. Se olvida el fuerte apoyo a la autoridad que emana habitualmente de ella. Sí, es cierto que hay diferencias de opinión en la gente más joven, o con determinados sectores –directivos, empresarios, los segmentos más educados–, pero no hay duda de a quién respalda la mayoría.

En la dialéctica democracia-autoritarismo, Occidente frente al resto, se olvida también el papel que tiene la idea del 'mundo ruso', y dentro de él, Ucrania, en el imaginario colectivo de Rusia. Un mundo que ha tenido, históricamente, la dimensión de un imperio: por su tamaño, por su vocación y por su capacidad de aglutinar multitud de pueblos, etnias y lenguas. Así precisamente, 'El Imperio', tituló el mítico periodista polaco Ryszard Kapucinski su magnífica obra sobre la antigua Unión Soviética.

Contrario a lo que ocurrió con otros imperios, sin embargo, el desmantelamiento del ruso/soviético nunca se consideró un proceso de descolonización. La propia constitución de la URSS amparaba el derecho de separación de las repúblicas y así lo ejercieron. La Federación Rusa siguió gestionando una amalgama de pueblos y quiso seguir ejerciendo, de diferentes modos, su papel de metrópoli incluso con aquellos que se habían separado. En un momento pareció que la guerra en Ucrania podría reactivar algunas tensiones separatistas dentro de la Federación, pero los movimientos en ese sentido no han sido significativos.

Es más, Rusia ha heredado la deuda de gratitud de numerosos países que recibieron el apoyo de la URSS en sus procesos de independencia a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. La nueva Rusia también ha heredado la retórica anti-imperialista hacia Estados Unidos, exacerbada hoy por la guerra en Ucrania.

El caso más paradójico es sin duda el de África. Como detalla un interesante informe de Mira Milosevic, del Real Instituto Elcano, la penetración rusa en aquel continente ha ido de la mano de la diplomacia empresarial en el sector de los recursos naturales, de las campañas de influencia informativa y de la creciente presencia e implicación del grupo Wagner. Varios gobiernos africanos han optado por contratar su seguridad a un servicio privado que no cuestiona la situación de los derechos humanos ni la corrupción. Una nueva forma de imperialismo que los países acogen voluntaria y gustosamente.

Putin ha sabido utilizar de manera magistral las palancas del sentimiento imperial. Quienquiera que le suceda buscará mantener esa influencia; contará con las inercias de la historia, pero nunca podrá asumir el áurea de quien supo devolver a Rusia el orgullo, como imperio, que había perdido. 

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