Arte

Jaume Plensa: el silencio elocuente

Todas las esculturas hechas con letras nos recuerdan que los humanos somos seres de palabra, que debemos habitar el lenguaje

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Josep M. Lozano

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Hasta el 23 de julio se puede visitar la magnífica exposición de Jaume Plensa en La Pedrera. Antes de entrar le dará la bienvenida 'Flora', una escultura de casi 8 metros que, sorprendentemente, lo hará recogida, ensimismada, con los ojos cerrados. Como si le invitara a no ver a la muchedumbre que configura el paseo de Gràcia: ¡con todo lo que se puede ver! ¿Puede que incluso a ignorarla? Nos equivocaríamos si lo entendiéramos así. Porque no nos invita a encerrarnos en nosotros mismos, sino a abrirnos a lo invisible. Y, para ello, quizá necesitemos empezar por escapar de este combate que hoy libran todos contra todos para captar nuestra atención, este bien cada vez más escaso y, por tanto, más preciado. No se trata de no querer ver lo que acontece, se trata de la capacidad de indagar en nosotros mismos.

Porque lo que se opone a la vida interior no es la vida exterior, sino la vida dispersa. Cerrar los ojos es reconocer que necesitamos aprender a no ser abducidos por una búsqueda compulsiva de estímulos, a la que nos vemos cada vez más abocados. Y, sobre todo, cerrar los ojos es aprender a confiar. Ya nos lo dice la advertencia popular: ¡vigila!, ¡los ojos bien abiertos! Bien abiertos, claro, porque siempre nos rodean peligros y amenazas. Cerrar los ojos para explorar mejor la vida es, pues, contracultural. Porque nos convoca a conectar con aquello que puede sostener nuestra confianza básica, más allá de peligros, amenazas y distopías. De ahí la importancia del silencio: ese espacio donde podemos aprender a abandonarnos y soltar las cadenas y dependencias que no nos dejan vivir. Donde, en último término, confiar.

Adentrarnos en esta exposición nos hace caer en la cuenta de que, paradójicamente, cuidar el silencio es el requisito que nos permite cuidar la palabra. Todas las esculturas hechas con letras nos recuerdan que los humanos somos seres de palabra, que debemos habitar el lenguaje. Un habitar donde resuenan los versos de Machado: “y la ola humilde a nuestros labios vino / de unas pocas palabras verdaderas”. Porque para cada uno la vida es descubrir cuáles son las propias "pocas palabras verdaderas". De ahí que las esculturas que encontraremos, moldeadas con letras de varios alfabetos, permanecen a nuestra disposición: podremos entrar físicamente en ellas, para recordar que el lenguaje no es para usarlo sino para habitarlo. Estas formas humanas están hechas de los más diversos alfabetos -e incluso de notas musicales- para que no olvidemos que somos nosotros quienes tenemos que recrear -letra a letra- nuestras palabras verdaderas y, al mismo tiempo, que hay en nosotros un ámbito que puede ser expresado pero que no puede ser dicho.

Porque de lo que trata la exposición es de un silencio elocuente, no del mutismo. De un silencio desde el que cuidar la palabra, no de la palabrería que cubre el pánico a no saber qué decir. Ahora que están de moda las llamadas conversaciones con el ChatGPT y similares, se trata de que estos espectaculares fuegos artificiales de todo tipo no nos hagan olvidar la pregunta que desean esconder: qué es verdaderamente una conversación, y qué es una conversación verdadera. Frente al mutismo y la palabrería, debemos volver al silencio elocuente y a las palabras verdaderas. Plensa nos recuerda mediante algunas de sus esculturas el poema de V. A. Estellés cuando dice que a los poetas no les han parido para dormir, sino para velar la larga noche de su pueblo. Cierto. Pero es que a todos nos han parido para velar nuestra propia -y compartida- larga noche. Y la luz nace y se nos da cuando somos más capaces de escucharnos y de escuchar.

Cuando somos más capaces de escuchar la vida personal: la vida interior que ignoramos; o que no sabemos que tenemos, y su alcance; o que ya hemos olvidado, o no disponemos de las palabras para expresarla. Cuando somos más capaces de escuchar la vida de quienes nos rodean: con sus dolores y alegrías, sus frustraciones y sus esperanzas, sus injusticias sufridas y sus luchas comprometidas. El silencio y la palabras verdaderas son lo que nos permite ganar libertad para no acabar tragados por el tsunami de estímulos en el que vivimos.

Si van a la exposición entenderán porqué Jaume Plensa dijo: “La diversidad en común es algo maravilloso, pero la diversidad sólo para ser diferente es un desastre”.

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