Caleidoscopio

La España en sombra

Lo que más molestó a los leoneses, que acogieron el acto institucional con el que España inauguró la presidencia de Europa, es que apenas mereciera la atención de los medios de comunicación nacionales

CARATULA UE 1200x675

CARATULA UE 1200x675

Julio Llamazares

Julio Llamazares

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 30 de junio tuvo lugar en León un gran acto institucional con el que España inauguró la presidencia de Europa, que le corresponde por turno durante este segundo semestre del 2023. Bajo la presidencia del rey, en el claustro de la basílica de San Isidoro, se reunieron diversos presidentes y representantes de parlamentos de Europa, comenzando por el vicepresidente del de la Comunidad Europea misma.

El motivo de que León fuese la ciudad elegida para ese acto no es otro que en ese mismo claustro, en 1188, convocadas por un antecesor de Felipe VI, el rey leonés Alfonso IX, se celebraron, según declaración de la Unesco, las primeras Cortes parlamentarias del mundo, 25 años antes que en Inglaterra, que se atribuyó el hito mucho tiempo otorgándole el honor de su convocatoria al célebre Juan Sin Tierra.

Por eso los leoneses, acostumbrados a no existir, acogieron el desembarco de autoridades con orgullo aceptando las incomodidades que una celebración así comporta (durante un par de días la ciudad fue tomada por la policía y el tráfico cortado en todo el centro) y, pasando por alto el detalle sangrante y humillante para ellos de que la región que presume de haber celebrado las primeras Cortes parlamentarias de la historia, es la única de España a la que se le negó no solo tener un Parlamento (el de Castilla y León está en Valladolid), sino la autonomía de la que disfrutan todas las regiones históricas españolas, incluso alguna que no lo era, como Madrid.

Pero lo que más les molestó a los leoneses no fue eso. Lo que más molestó a los vecinos de la ciudad que presume de ser la cuna del parlamentarismo mundial, sea eso defendible o no en términos técnicos e históricos, o una simple declaración institucional (en las famosas Cortes de Alfonso IX había por vez primera representantes de las ciudades del reino además de la nobleza y de la curia, pero ninguno del pueblo llano), fue que el acto al que concurrieron numerosos presidentes de parlamentos de Europa junto con el rey de España, la presidenta del Congreso de los Diputados, el presidente del Senado y algún miembro del Gobierno, apenas mereciera la atención de los medios de comunicación nacionales, más ocupados en otros asuntos, como las elecciones que se avecinan o la conformación de los gobiernos de autonomías y ayuntamientos derivada de las del mes de mayo.

¿Qué habría pasado, se preguntan indignados estos días algunos columnistas de la prensa provincial a los que me sumo, si el acto de San Isidoro, y por ende el reconocimiento oficial de Europa de que León es la cuna del parlamentarismo mundial, hubiese tenido lugar en cualquiera de las ciudades que parece que son las únicas que a los medios de comunicación nacionales les importan, y no digamos ya en una de las autonomías que cuentan verdaderamente?

La respuesta no la daré yo, pero, como el lector no es tonto, no tiene muy difícil colegir lo que el ejemplo que aquí se expone significa y que viene a demostrar una vez más que, como un viajero comprueba cuando sobrevuela la Península en avión, hay dos Españas muy diferentes: una iluminada en demasía, tanto política como informativamente, y otra que permanece a oscuras, en la penumbra, y de la que los periodistas solo se acuerdan para contar alguna tragedia sucedida en ella (falta poco para que empiecen nuevamente los incendios), o para ridiculizarla como hacen todos los domingos en un programa de la Ser realizando un repaso selectivo de la 'prensa de provincias' en el que solo tienen lugar las noticias chocarreras y esperpénticas, como si fuera de Madrid o de Barcelona lo único que se produce informativamente fuera eso.

Suscríbete para seguir leyendo