¿Quién teme a Virginia Woolf?
Persiste el mismo temor a los cambios, a la tecnología (ahora a la inteligencia artificial) y al estallido del malestar que genera la creciente desigualdad. Los derechos adquiridos hay que seguir peleándolos a pulso.
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Oscar Wilde, el tito Oscar, dandi extravagante, provocador y narciso, escribió en francés la pieza dramática ‘Salomé’ en 1891, y soñaba con que la representase en Londres la divina Sarah Bernhardt. No pudo ser. El lord chambelán, encargado entonces de supervisar la programación de obras de teatro en Inglaterra, la censuró, amparándose en una antigua ley que prohibía la aparición de personajes bíblicos en escena. Cuando al fin se estrenó, en París, a principios de 1896, el dramaturgo irlandés ya estaba en la cárcel de Reading, condenado a dos años de trabajos forzados por «indecencia grave», por homosexualidad, por su infausta relación con lord Alfred Douglas. Así se las gastaba la doble moral victoriana.
En la obra, Salomé, princesa de Judea, hija de Herodes Antipas, baila la danza de los siete velos y pide la cabeza del profeta Iokanaán (Juan Bautista, en la Biblia), sintiéndose despechada. Lo desea. Quiere besarlo aun decapitado. «Morderé [tu boca] con mis dientes, como si fuera un fruto maduro». Puro decadentismo finisecular, ‘Salomé’ constituyó una máscara, otra más, de Wilde; simbolizó también los miedos a la ‘nueva mujer’, esa que reivindicaba sus derechos en la calle, incluido el sufragio, transformada en ‘femme fatale’ devoradora de hombres por el imaginario de numerosos artistas. En España, por cierto, la estrenó Margarita Xirgu, y también hubo lío.
Despertar en el siglo XIX
En esta mañana aturdida de domingo, se pregunta una si acaso acaba de despertar en el siglo XIX o bien nunca salió de allí. Persiste el mismo temor a los cambios, a la tecnología (ahora a la inteligencia artificial) y al estallido del malestar que genera la creciente desigualdad. Los derechos adquiridos hay que seguir peleándolos a pulso. Ya solo faltaba el corsé con ballenas en la playa, bien apretadito, hasta el desmayo.
Viene esto a cuento de que el lord chambelán de Vox acaba de cancelar en Valdemorillo (Madrid) la representación de ‘Orlando’, un montaje teatral inspirado en la novela homónima de Virginia Woolf (1928), que había sido programado por el gobierno anterior en el consistorio (del PP y Ciudadanos). ¿La razón? La flamante concejala de Cultura, Victoria Amparo Gil Movellán, y su equipo alegan una «falta de consignación presupuestaria». La compañía que la representa, Teatro Defondo, denuncia un veto ideológico.
Orlando es un caballero de la corte isabelina que viaja 400 años en el tiempo y descubre un buen día al despertar que se ha convertido en una mujer. Llena de guiños irónicos, ‘Orlando’ va mucho más allá del sexo y la cuestión trans; supone una reflexión sobre la complejidad del ser humano, del misterio del vivir. Solo faltaría que ahora contraprogramasen con ‘Raza’ o ‘El pequeño ruiseñor’.
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