Opinión
El grito del muerto amante de la vida
La mano que da
El lujo del pobre
¿Tú también, Judas?
Emma Riverola
Escritora
Estoy muerto. Y tú, hombre con la cruz gamada tatuada en el brazo, cargas con mi cuerpo recuperado del mar. Llevas otro símbolo grabado en tu piel, lo conozco. Es el de Amanecer Dorado, el partido neonazi que la justicia griega declaró organización criminal hace tres años. Ya ves, estoy bien informado. Sé lo que piensas, te gusta exhibirlo, pero ignoro qué sientes en este momento.
Después de un bombardeo, todos íbamos a ayudar, también los pequeños. Cuando la esperanza de rescatar a alguien vivo desaparecía, llegaba el momento de los muertos. Recuerdo el vuelco que daba el corazón cuando entre los cascotes asomaba una mano, un rostro, un atisbo de tela. Los gestos se volvían más precisos, más cuidadosos. Reverenciales. Tan pronto como el cuerpo era recuperado de su primera tumba, llegaban los lamentos y las lágrimas de los supervivientes.
Pero había otros cuerpos. Perros, gatos, incluso ratas. Estos también los extraíamos, para evitar los hedores de la putrefacción. Y no era lo mismo. La conmiseración se desvanecía, y llegaba el asco. Una aversión que revolvía las entrañas y se elevaba por la garganta. Hasta el sudor parecía expeler la náusea.
Me pregunto si es eso lo que estás sintiendo tú ahora.
La frontera con Turquía
Mi tío llegó a tu país hace diez años. Él pudo hacerlo a través de la frontera con Turquía. Hoy se levanta un muro de cinco metros de altura. Sus cartas nos hablaban de Amanecer Dorado, de cómo el partido había despertado el odio de los griegos hacia los extranjeros, de cómo le insultaban y agredían. Había que huir rápido de Grecia, eso decía, y lo consiguió. Ahora iba a reunirme con él. Me detalló paso a paso la ruta que debía seguir. Me envió una foto de la habitación que me había preparado. Le envié un mensaje cuando el barco empezó a hundirse. Una despedida. No sé si le llegó.
¿Sabrá encontrarme? ¿Trataréis de identificar mi cuerpo y le permitiréis que se encargue de él? ¿O me enterraréis de cualquier modo? Como a una rata. No debería preocuparme por eso, ya nada tengo que perder o ganar. Pero aún me cuesta reconocerme como difunto. Llevo tantos años huyendo de la muerte… Todavía me queda algo de orgullo. Y mucho miedo.
Materia de reportaje
Un periodista nos está observando. A ti y a mí. Al racista y al muerto de piel oscura. Somos materia de reportaje, seguro. ¿Quién puede resistirse a contar esta escena tan impactante? Me pregunto qué historias inspiraré. Alguna lacrimógena, seguro. Se ahondará en mi pasado de mierda, no hace falta mucha imaginación. Violencia, dolor, desarraigo, miedo… esos serían los términos. Pero no es tan fácil describir cómo se habita en esas palabras. Cuántos momentos de sufrimiento inmenso pueden contener. Cuántos instantes de algo parecido a la felicidad. También la añoranza de una breve infancia en paz. Y la esperanza que, irredenta, te empuja a seguir adelante. Quizá tan solo era ingenuidad.
¿Te gusta leer, hombre de la cruz gamada? A mí me gusta escribir. Desde que era niño he ido tejiendo relatos que la huida no ha dejado de deshacer. Muchas veces ni siquiera podía escribirlos. Los redactaba en mi cabeza. Buscaba las palabras, modelaba las frases. Solo anhelaba llegar a un lugar tranquilo para poder componerlos. ¿Sabes cuál era mi sueño? Entrar en una de esas enormes bibliotecas forradas de madera, sentarme en un rincón, cerrar los ojos, respirar hondo, llenarme de un silencio protector -ni te imaginas qué lujoso es el silencio-, y empezar a derramar todas las historias atragantadas. Primero serían amargas y duras, como una costra. Pero la herida iría sanando. Al fin, sería capaz de escribir algo parecido a un bálsamo. Una bella historia de reconciliación con la vida.
Si eso fuera posible, quizá me inventaría la historia de un muerto amante de la vida que susurra palabras a un vivo amante de la muerte. Sería poético. Aunque, en este momento, me cuesta sentir la lírica. Porque tú estás vivo, y yo muerto. Tú sigues con el poder de las palabras. Y yo, callado para siempre. Nadie oirá mi grito.
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