Caleidoscopio

Feijóo en la encrucijada

Su indecisión se va convirtiendo en una actitud política que le hace asemejarse al de otro gallego presidente del Partido Popular como él que, mientras su partido se resquebrajaba y la corrupción aumentaba en su seno, permanecía impasible

Alberto Nuñez Feijóo

Alberto Nuñez Feijóo / David Castro

Julio Llamazares

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Lo que vale para Valencia no vale para Extremadura pero sí para Castilla y León y quizá para Baleares, vaya usted a saber. Las mismas voces que escandalizan en un territorio por decir que la violencia machista no existe o que “las mujeres son más beligerantes que los hombres porque no tienen pene” se consideran normales en otro como se considera normal que un futuro consejero de Cultura se manifieste franquista o que una concejal electa se fotografíe con una motosierra delante del ayuntamiento de su ciudad para colgar orgullosa la foto en sus redes sociales junto a la afirmación de que va “a desbrozarlo de comunistas y socialistas”. El mismo portavoz que declara con solemnidad que la línea roja que su partido jamás cruzará es la de albergar en un gobierno presidido por un correligionario suyo a un agresor machista calla sonoramente después cuando su presidente dice en una entrevista que “eso ocurrió ya hace años” y que las agresiones se produjeron en el transcurso de “un divorcio duro”.

Cuando el Partido Popular pactó por primera vez un gobierno en Castilla y León con la ultraderecha, Alberto Núñez Feijóo, recién elegido su presidente, se justificó diciendo que se lo había encontrado ya hecho y que la responsabilidad, de haberla, sería de su predecesor. Luego, ante las sucesivas salidas de pata de banco del vicepresidente y los consejeros ultraderechistas de ese gobierno ha callado como si no fuera con él, incapaz de decir nada coherente y delegando la responsabilidad de hacerlo en el presidente del gobierno castellano-leonés en un ejercicio tan cínico como oportunista de respeto a la autonomía local que tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo ha mantenido y que lo que verdaderamente esconde es su pánico a tomar una decisión en un tema que, además de muy delicado a nivel europeo (solo en Italia un gobierno estatal ha acogido a la ultraderecha en su seno), marcará su futuro político como a Pedro Sánchez le marcó en su día el pacto con Podemos y con los partidos independentistas de izquierdas. Y es que la política es eso: definirse y tomar decisiones, no quedarse mirando desde el tendido los toros, o – en una expresión más gallega y acorde a Feijóo – nadando y guardando la ropa.

Decía otro gallego, el imaginativo y magnífico Álvaro Cunqueiro, seguramente un escritor de referencia para el presidente del Partido Popular, cuyo galleguismo le habrá hecho aproximarse a él, que el problema de las encrucijadas, tan habituales en su país, es que obligan a tomar una decisión al caminante cada poco. Y dice el escritor de Mondoñedo que de ahí nace el miedo del gallego a las encrucijadas, ese miedo que hace que las santifiquen con cruceiros (“Pues, aunque conozcamos por las leyendas populares y los cuentos que el lobo ataca siempre por el camino de la izquierda y la peste y las ánimas en pena por el de la derecha, no es menos cierto lo que el antropólogo suizo Charles Ramuz dice: que un hombre puesto en el centro de una encrucijada, a medida que va girando sobre sí mismo, tendrá todos sus caminos a la izquierda y también a la derecha…”)

Que Feijóo tome una decisión y salga de su encrucijada solo depende del tiempo que falta para las elecciones generales, que ya es muy poco. Pero, entre tanto, su indecisión se va convirtiendo en una actitud política que le hace asemejarse al de otro gallego presidente del Partido Popular como él que, mientras su partido se resquebrajaba y la corrupción aumentaba en su seno, permanecía impasible leyendo el periódico esperando a que otros tomaran las decisiones por él. Y claro, le pasó lo que todos sabemos.