Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
La izquierda ha perdido la batalla cultural
La derecha ha descubierto un filón inagotable en el debate sobre las identidades al que la izquierda ha entrado al trapo
Si buscan en Google ‘batalla cultural’ o ‘guerra cultural’, el apellido que domina las primeras páginas es el de Agustín Laje, un politólogo y argentino que se declara paleolibertario, antifeminista y partidario del minarquismo, una suerte de filosofía política que propugna la reducción del Estado a su mínima expresión, la indispensable para defender la soberanía (ejército) y la seguridad de los ciudadanos (policía y tribunales). Hace unos años, pocos, la misma búsqueda hacia emerger el nombre de Antonio Gramsci. En poco tiempo, un intelectual de extrema derecha como Laje ha sustituido a Gramsci, el filósofo marxista que murió en las cárceles de Mussolini no sin antes advertir a la izquierda que para conquistar el poder y mantenerlo, debía ejercer su hegemonía sobre las ideas que prevalecen en la sociedad. Este desplazamiento ha ido parejo a la sustitución de Obama por Trump, a la llegada al poder de Giorgia Meloni, heredera del carcelero del Gramsci, al derrumbe de la socialdemocracia europea y a la aparición de un fantasma populista y conservador que recorre medio mundo. En España, coincide con unas elecciones que pueden llevar al poder a Santiago Abascal, admirador de Agustín Laje.
La derecha ha descubierto un filón inagotable en el debate sobre las identidades al que la izquierda ha entrado al trapo. La lona que Vox ha desplegado en el centro de Madrid no arremete contra las políticas económicas del Gobierno. Advierte que, de llegar al poder de la mano del PP, se arrojará a la basura el feminismo, el cambio climático, los derechos LGTBIQ+, y cualquier voluntad de autodeterminación individual o colectiva. Así ha quedado caricaturizado el ‘sanchismo’ que Alberto Núñez Feijóo dice querer derrocar. Se trata de hablar de cultura e identidad, para acabar recortando derechos sociales. Lejos queda aquel ‘es la economía estúpidos’ de Bill Clinton. Hoy nadie habla de economía. Solo Sánchez y Yolanda Diaz, con voces acalladas por el fragor de la batalla cultural. Nada nuevo. Al presentar su candidatura a la presidencia de Estados Unidos, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, ha prometido expulsar a la ideología ‘woke’ de la universidad, las escuelas, las bibliotecas, de Hollywood, e incluso de los videojuegos y los cómics que constituyen, como es sabido, maléficos instrumentos de perversión progresista.
¿Por qué el algoritmo ha desplazado a Gramsci en beneficio de Laje? La respuesta más cómoda es que la derecha posee los medios de comunicación que compran ideas y voluntades. Es la que ofrece Pablo Iglesias, aferrado a la idea de matar al mensajero. Otros atribuyen la insólita audiencia del nuevo credo cultural ultraconservador a unas redes en las que proliferan los ‘ídolos populares’ de los que habla Laje. ‘Soldados que calibran, apuntan y disparan’, antes de que intervenga la ideología definida como el ‘armamento pesado de la guerra cultural’. ¿Basta con esta explicación? ¿No será que una parte de la izquierda española ha confundido la hegemonía cultural con el Boletín Oficial del Estado?
Todo empezó a ir mal cuando Carmen Calvo perdió la batalla (y la vicepresidencia) en la pugna contra Irene Montero. Calvo advirtió que algunos discursos excluyentes y aspectos de la ley Trans dividían el feminismo y creaban desasosiego. Supusieron victorias pírricas en el BOE a cambio de perder la capacidad de hacer avanzar las ideas al ritmo al que la sociedad las puede digerir, como ocurrió con la ley de la Eutanasia, por mucho que a Laje le parezca un crimen. O con el aborto, por mucho que la derecha ultramontana y la Iglesia hagan demagogia con la vida. Sumado a los desperfectos de la ley del ‘sí es sí’, tenemos un año, casi dos, regalados a la derecha. Un año de ruido en detrimento de los éxitos de la protección social, los eres, las cifras de ocupación, el salario mínimo o las pensiones. A ello se añadió el desconcierto identitario que retrae a toda una generación, no solo a los hombres 'boomers', como pretende ahora Pedro Sánchez. Entre otros, debido a los estragos de la cultura de la cancelación a la que no siempre se ha respondido desde el poder, y que Carmen Domingo ha denunciado en su libro ‘Cancelado’.
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