Educación

Saber leer para no entender el mundo

La escuela en Catalunya necesita un revulsivo contra su parálisis. De los malos resultados de PIRLS 2021 no se libran ni las familias de universitarios ni la escuela privada

Comprensión lectora

Comprensión lectora

Xavier Martínez-Celorrio

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En 2010, Nicholas Carr publicó 'Superficiales: ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?'. Abrió un intenso debate internacional que aquí pasó de largo por estar en otras cosas. Siguiendo a McLuhan y su famoso "el medio es el mensaje", Carr demostraba los efectos cognitivos y culturales que implicaba internet como medio y marco estructurante de nuestros hábitos de pensamiento y percepción del mundo. Efectos negativos como la pérdida de atención y concentración, el exceso de distracción y banalización, la impaciencia, la desmemoria y la relativización conducen a una mayor superficialidad cultural como una ignorancia normalizada.

Pocos años después aparecerían los 'streamers' y el 'postureo' de Instagram o TikTok hasta llegar a ChatGPT que ahondan aún más la superficialidad, aparte de disparar la crisis de ansiedad adolescente y la polarización en burbujas identitarias.

La investigación empírica demuestra la llamada 'inferioridad de pantalla', es decir, la brecha que hay en la comprensión de textos cuando se leen en papel o en pantalla. Al universalizarse las pantallas, estamos perdiendo capacidad para leer textos largos y la paciencia cognitiva para adentrarnos en textos exigentes y más profundos.

La oleada de PIRLS 2021 ha medido, por primera vez, la comprensión lectora entre niños de 10 años sobre pantallas. Ha llamado la atención el caso de Suecia por haber perdido 11 puntos en relación a 2016 y eso que sus escuelas no cerraron ningún día durante lo peor de la pandemia. Pero es un resultado que confirma estudios previos en aquel país que demuestran la 'inferioridad de pantalla' como una seria amenaza de convertir a las futuras generaciones en analfabetos funcionales.

La receta sueca de moderar el uso de pantallas en las escuelas y volver a los libros de texto, la escritura y la oralidad es una vuelta a lo básico que ya advertimos como algo planteable, en especial, tras la irrupción de ChatGPT. La paradoja es que la escuela enseña a leer a nuestros hijos como una rutina instrumental pero cada vez más sin lograr que sea el vehículo para la plena comprensión del mundo y del entorno.

Es una amenaza porque limita la capacidad de pensar, de deducir alternativas y de actuar ante la creciente complejidad de nuestras sociedades. La comprensión lectora exige unos hábitos de atención y deducción que se evaporan ante la dependencia de pantallas, tanto entre los niños como entre los adultos. La cultura lectora y escrita de las generaciones de Gutenberg (imprenta) sucumbe ante la cultura visual y oral de las generaciones Google.

15 puntos menos

Algo pasa en Catalunya que ha perdido 15 puntos en comprensión lectora, siendo el séptimo país que más retrocede junto a otros como Finlandia. Los 45 días con escuelas cerradas durante la pandemia pueden explicar un descenso de cinco puntos nada más. Pero Catalunya ha bajado el doble que España y tres veces más que Andalucía, ampliando la brecha con la media española hasta los 14 puntos (equivalente a un trimestre por detrás).

No es tanto un problema de la inmersión lingüística como les gustaría a algunos dado que hasta los hijos de las familias universitarias y con profesiones superiores han descendido 22 puntos en relación a 2016, siendo la escuela privada en Catalunya la que tiene los peores resultados incluso por detrás de Ceuta y Melilla. De hecho, no hay tanta distancia de resultados entre los niños de baja condición social de Asturias y los de alta condición de Catalunya.

Por tanto, hablamos de una brecha hacia atrás que es transversal y que hace bajar hasta el 44% los niños de 10 años a los que les gusta mucho la lectura, mientras en Andalucía es del 60%. Parece que Catalunya sigue la pauta de los países más ricos cuyos niños de 10 años aficionados a la lectura tan solo son un 31%. Hablamos de una corriente profunda y casi de cambio civilizatorio que advierte todo el profesorado desde primaria a universidad.

Un cambio que pone en cuestión qué, cómo y cuánto se lee tanto en la escuela como en casa, apelando tanto a las familias y al entorno como a las políticas educativas. La escuela catalana necesita un revulsivo de gran consenso, revisando cómo se digitalizan las aulas y cómo se garantizan los aprendizajes básicos esenciales con otros métodos y prácticas más eficientes.

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