Un sofá en el césped

La victoria del Barça en la Champions femenina: El mejor equipo del mundo

El Barça reconquista la corona y levanta su segunda Champions

Así ha sido el camino de un equipo campeón

El Barça celebra la Champions por todo lo alto

Josep Maria Fonalleras

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Es cierto que el fútbol femenino empieza a tener un estatus de deporte importante, el que genera beneficios, el que funciona como reclamo publicitario, el que se convierte en escaparate de marcas y en el que las futbolistas pasan a ser ídolos de masas, empezando por las colecciones de cromos y acabando por anuncios como el que ha hecho público Nike justo después de la final de la Champions. "¿Cuál es el mejor equipo del mundo?” No hablan del “mejor equipo femenino”, sino del “mejor equipo”, así, a secas. Y utilizan las estadísticas apabullantes del Barça para justificar semejante título.

Es cierto que el futbol femenino ha escenificado, en los últimos años, reivindicaciones y protestas a favor de la igualdad de sexos, a favor de la dignidad de la mujer y de su presencia poderosa como conciencia universal. Así lo han expresado futbolistas como Megan Rapinoe, la capitana de los Estados Unidos, campeona del mundo, que tras ganar el Mundial de 2019 declaró: “No voy a ir a la jodida Casa Blanca”. Y no fueron, ni ella ni sus compañeras, en protesta por las políticas de Donald Trump, que la acusó de atentar contra el honor patrio. O como Aitana Bonmatí, decidida y valiente tanto en su visión del juego y su enorme capacidad táctica como en sus gestos públicos, como exhibir una camiseta a favor de los refugiados mientras celebraba el heroico triunfo azulgrana sobre el césped del Philips Stadion. O como Mapi León, una de las primeras en hacer pública su homosexualidad (como también hizo Rapinoe en su momento), que criticó el Mundial masculino de Rusia, en 2018, porque “se está dando cobertura a una legislación homofóbica”. 

Todo eso es cierto. Pero también lo es que queda un buen trecho por andar. A menos de un mes para el Mundial femenino de Australia y Nueva Zelanda todavía no hay ofertas en serio para los derechos televisivos y, sin ir más lejos, ¿cómo es posible que un evento tan trascendental como la final de una Champions se juegue a la misma hora que la final de la FA Cup, el partido con más historia acumulada del fútbol?  

Porque me temo que nos llenamos la boca con las virtudes y las excelencias del deporte declinado en femenino, pero, al final, acabamos pensando que tampoco nos vamos a pasar, que el que importa es el de los hombres. Y pocos han caído en la verdadera trascendencia que tiene. Pongamos el Barça como ejemplo. Ha batido récords, engancha a la afición, gana títulos paseando por la alfombra roja o luchando como si se tratara de recuperar el anillo perdido (lo siento, pero Fridolina Rolfö me evoca al Frodo Bolsón de La Comarca), y todo eso no es sino un retorno a las esencias del fútbol que amamos.

Para los (y las) culés jóvenes, el viaje en autocar a Eindhoven de 2023 será la epifanía que para los más antiguos fue desplazarse a Basilea en 1979. Ese espíritu imbatible que se refleja también en el césped y en el ardor y el coraje de personajes como Aitana o Mapi. Ese fútbol sin tonterías amorfas ni tópicos de tres al cuarto, sin tácticas subterráneas ni actitudes chulescas. Eso que añoramos algunos. Por eso es trascendente.  

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