Protestas por ruido

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Vecinos y festivales, convivencia difícil

Los festivales forman parte de un modelo de turismo urbano que no parece haber sido enmendado en las urnas

Protesta contra el ruido en el Fòrum antes de la segunda jornada de conciertos del Primavera Sound, en Barcelona.

Protesta contra el ruido en el Fòrum antes de la segunda jornada de conciertos del Primavera Sound, en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Tras más de veinte años de existencia, el Festival Primavera Sound mantiene con Barcelona una historia de éxito, como declaró en su día el teniente de alcalde de Cultura Jordi Martí. Pero también se han vivido, en esta larga trayectoria, momentos de tensión y de roce entre los organizadores y el Ayuntamiento. Tras unas primeras ediciones en el Poble Espanyol, el traslado del festival al recinto del Fòrum calmó las protestas de los vecinos que se quejaban ya entonces de las aglomeraciones y el ruido. La consolidación en el nuevo espacio permitió que el evento creciera exponencialmente (hasta llegar a ser, el año pasado, el más multitudinario de España, con una asistencia total de unas 500.000 personas) y parecía, en un principio, que la propia localización del Fòrum aminoraría las reivindicaciones vecinales. Uno de los momentos más críticos de la relación entre Primavera Sound y Ayuntamiento se produjo a finales de 2021 cuando los organizadores, que ya tenían programados dos fines de semana para 2022 (como compensación a las anulaciones de los dos años anteriores a causa de la pandemia) plantearon continuar en un futuro con la misma dinámica, un punto al que la administración se opuso para evitar precisamente las quejas. Entonces, se elevó el globo sonda en forma de amenaza de trasladar el conjunto del festival a Madrid, una circunstancia que hoy por hoy se ha solucionado con una decisión salomónica: un fin de semana en el Fórum y otro en Arganda del Rey, en un descampado cerca de la capital.  

La presente edición, la numero 21 del festival, llega pues en las mismas condiciones que antes de la pandemia y con un aforo más reducido. Pero con unas muy parecidas previsiones de negocio, cifrado por la organización en un global de cerca de 350 millones de euros, entre los conciertos repartidos por Barcelona y los multitudinarios de Sant Adrià de Besós. 

Esta es una parte importante de la valoración que puede hacerse del festival. El PS es de alguna manera el pistoletazo de salida de la temporada veraniega. Además del PS, podemos hablar del Sónar i el Cruïlla, en el propio Fòrum, de Les Nits de Barcelona, en Pedralbes, del Alma, en el Poble Espanyol, del Guitar Bcn o del Share Festival. Reclamos beneficiosos (a los que cabe añadir conciertos individuales, como los recientes de Bruce Springsteen o Coldplay) que tienen también su coste, en forma de problemas de ruido, movilidad, vibraciones en los edificios, masificación y descanso del vecindario. De ahí las protestas que se han hecho efectivas estos días a la entrada del PS por parte de la entidad Stop Concerts, con al apoyo de la FAVB. Piden, como mínimo, que se limite el notable impacto sonoro por debajo de los 90 decibelios y que, en un futuro inmediato, las actuaciones no sean nocturnas y se piense en trasladar estos eventos a solares del área metropolitana sin afectación para los ciudadanos. Ese es el modelo imperante en Madrid. En Barcelona, en cambio, el concepto de festivales urbanos es incompatible con una decisión como esta. Ha de encontrarse un balance entre esta actividad y el derecho al descanso, Pero Barcelona se ha convertido en un referente del turismo musical-cultural a nivel internacional. Y este modelo de atracción de visitantes, frente a los planteamientos decrecionistas, no parece que haya sido cuestionado por los resultados de las últimas elecciones, más bien al contrario.