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Ciudades que no quieren morir de éxito

Comparado con buena parte de nuestro entorno europeo más cercano, una población española media da una cuantas vueltas a cualquier población similar al otro lado del Pirineo

Chica al aire libre en primavera, leyendo en las orillas del Guadalquivir, en Sevilla

Chica al aire libre en primavera, leyendo en las orillas del Guadalquivir, en Sevilla / EFE/Raúl Caro

Martí Saballs Pons

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Esta semana he visitado y saludado a los alcaldes de Córdoba, José María Bellido, y al de Sevilla, Antonio Muñoz. El primero representa al PP y el segundo al PSOE. Uno empezó su mandato en 2019 y el otro hace año y medio, cuando sustituyó a su predecesor, Juan Espadas. Ambos esperan ganar las elecciones del 28 de mayo. Para un recién aterrizado, estas dos ciudades andaluzas encandilan por su belleza y limpieza. Sus centros históricos, para lo bueno y para lo malo, se han convertido en auténticos parques temáticos donde turistas procedentes de medio mundo recorren sus calles, monumentos, patios de flores y plazas, independientemente del calor que caiga del cielo. 

Junto a callejuelas encantadoras y jardines cuidadísimos, tabernas de toda la vida se combinan con restaurantes de comida rápida y horrorosas tiendas de souvenirs. En el centro de Sevilla, una de cada dos puertas es un hotelito. Todos ofreciendo, imagino, mucho encanto. Al igual que ocurre en tantas ciudades españolas turísticas, uno de los debates de la campaña es qué hacer con los apartamentos turísticos. Nadie quiere morir de éxito. Los otros tres temas básicos: movilidad ciudadana, acceso a la vivienda e impulso económico para atraer inversiones.

Mayores, medianas o pequeñas. Uno de los grandes éxitos de España de estos últimos cuarenta y cinco años ha sido el de sus ciudades. Con altibajos y alguna excepción puntual, ha habido una constante evolución que ha convertido a nuestras poblaciones, con sus particularidades e idiosincrasias, en lugares mucho más vivibles en todos los sentidos. Comparado con buena parte de nuestro entorno europeo más cercano, una población española media da una cuantas vueltas a cualquier población similar al otro lado del Pirineo. ¿Perpiñán o Girona? ¿Stuttgart o Zaragoza? ¿Lyon o Valencia? ¿Bilbao o Manchester? ¿Vigo o Nantes?

Este éxito está enraizado en la calidad de gestión y la personalidad de los alcaldes que han tenido las poblaciones españolas. También en la continuidad de la mayoría de las políticas que se han ido desarrollando, donde no pesan las siglas. Si Abel Caballero, como predicen las encuestas, va camino de obtener dos terceras partes de los votos en Vigo no será por representar al PSOE, en cuyos gobiernos fue ministro. La gran mayoría de los ciudadanos que en una elecciones generales vota fijándose solo en el partido o el líder nacional, en las municipales votan al candidato primero y a su programa después.  

Intentar analizar los resultados de las elecciones municipales del 28 de mayo en clave política nacional será un error. Otra historia muy distinta es lo que pueda ocurrir en las elecciones de las comunidades autónomas, donde aquí si se juegan los partidos la gran carta. Fundamentalmente, en dos territorios: Valencia y Aragón. Si el PSOE conserva ambos feudos manteniendo como presidentes respectivos a Ximo Puig y Javier Lambán, Pedro Sánchez podrá cantar victoria. Si los pierde, será el preludio de lo que pueda ocurrir en las elecciones generales, previstas para el 10 de diciembre.

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