EL PATALEO

Vinicius, héroe señalado

Florentino confirma a Ancelotti y cierra filas con Vinicius

Vinícius Júnior sonrie frente el Osasuna, durante la final de la Copa del Rey de fútbol

Vinícius Júnior sonrie frente el Osasuna, durante la final de la Copa del Rey de fútbol / EFE/ Julio Munoz

Josep Pedrerol

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¿Hacen falta más pruebas? Vinicius es, ahora mismo, el mejor futbolista del mundo, el más desequilibrante, el más temido. Su brutal cambio de ritmo es insostenible para cualquier defensa. Ni rápido, ni fuerte, ni experto, ni con ayudas: todos sucumben ante él. Además, es insaciable, nunca se rinde, siempre quiere más. Cuando el balón le quema a los demás, cuando nadie mira de frente a la adversidad, aparece él con un desparpajo insultante. Ya lo demostró con 18 años echándose al equipo a la espalda y levantando a los espectadores de sus asientos. Lo tenía todo. Menos el gol, que se le resistía y que le convirtió en carne en meme.

Fue una época dura para él. Las burlas por su poca capacidad goleadora se multiplicaban. Sus fallos eran virales. Se empezaba a dudar seriamente si lo mejor era una cesión o incluso un traspaso. Y, resulta, que aguantó, se hizo duro y ganó la confianza necesaria para convertirse en lo que hoy es. En Sevilla, el Madrid ganó la copa en una final que tuvo como gran protagonista al brasileño, como no podía ser de otra forma. Lo fue por lo futbolístico y lo no futbolístico. Y ese es el otro gran debate en torno a él.

Vinicius se encaró con los rivales, celebró un gol en su cara, se dirigió al público de Osasuna tocándose el escudo y se descentró en algunos momentos con sus ya habituales protestas a los árbitros, a los que, por cierto, no saludó en el inicio de partido. Este no es el camino. Vinicius tiene que escapar de las provocaciones, que las sufre de forma habitual, de los insultos, que los escucha con frecuencia, y de todo aquello que le puede alejar de lo importante, el fútbol. Aún es joven y tiene que aprender ciertas cosas. Por ejemplo, a escuchar a aquellos que le dicen la verdad y no a los palmeros que le susurran al oído que todo lo que hace está bien y que en España se le persigue. Siempre buscando enemigos externos, siempre malmetiendo. Qué pena.

Pero volvamos a lo que nos hace disfrutar. Obviando esas polémicas, la realidad es que merece la pena pagar una entrada para verle. Y eso hay pocos futbolistas que lo puedan decir. Que Vinicius siga disfrutando, jugando al fútbol como le gusta. Y punto. El resto, lo que le sobra, desaparecerá más pronto que tarde. Se llama madurez.