El tren de la Historia

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En España, los periodos republicanos siempre han sido muy breves

Francesc Macià

Francesc Macià / EPP 2853323 FOTO DE ARCHIVO EL PRESIDENTE FRANCESC MACIA HABLANDO DESDE EL BALCON DE LA GENERALITAT EN OCASION DE LA MANIFESTACION PRO ESTATUT (24 04 1931)

Xavier Carmaniu Mainadé

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Esta semana se conmemora el aniversario de la proclamación de la Segunda República. La efeméride pasará más desapercibida que en otras ocasiones porque la Primera, la de 1873, le está robando protagonismo. Ya se sabe que los números redondos nos encantan y como este año cumple 150, se han organizado una serie de actos y se publican varios libros para explicar qué pasó hace un siglo y medio.

En España, los periodos republicanos siempre han sido muy breves. La de 1873 sólo duró once meses, durante los cuales hubo cuatro presidentes distintos; dos de ellos catalanes por cierto. (Desde entonces nadie más de Catalunya ha vuelto a dirigir el poder ejecutivo).

La Primera República se enmarca en el período conocido como Sexenio Democrático, que comenzó en 1868 con el pronunciamiento progresista liderado por el reusense Joan Prim. Su idea era que Isabel II aplicara reformas pero la reina se negó y marchó al exilio. Entonces se buscó un sustituto y fue coronado Amadeo I de Saboya, un italiano que duró poquísimo porque, harto de la politiquería de la Corte, acabó abdicando. Fue entonces cuando se proclamó la Primera República, pero lejos de calmarse las aguas, empezaron las conspiraciones para volver a una monarquía borbónica: la famosa Restauración que empezaría en 1875. Los dirigentes políticos encabezados por Cánovas del Castillo instauraron el turnismo, un sistema inspirado en el bipartidismo inglés donde conservadores y liberales se alternaban el poder. La diferencia es que en España se dirigió desde arriba y los engranajes del sistema pronto empezaron a chirriar.

Francia como referente

Ahora bien, una cosa era la política oficial y otra la ideología de una parte importante de la sociedad, sobre todo en Catalunya. El catedrático Àngel Duarte lo ha estudiado al detalle y nos lo explica en el Tren de la Historia. Pese a que la Restauración borbónica quiso marginar el republicanismo del juego de las poltronas, en cada localidad hubo quien mantuvo viva la idea de gobernarse sin rey. Para los republicanos deshacerse de la corona no era solo cambiar de régimen, sino poner en marcha un sistema democrático y socialmente justo, donde la cultura y la educación tuvieran un rol transformador primordial. Se lo contaban de padres a hijos (en muchos casos ser republicano era cosa de familia) y compartían sus anhelos con los compañeros de fatigas que se reunían en los ateneos, casinos, orfeones... allí se organizaban todo tipo de actividades (conferencias, mítines, conmemoraciones) y publicaban libros y periódicos, donde intentaban expresar su opinión esquivando la censura. Generación tras generación se transmitieron los fundamentos de la cultura política republicana. Su referente era Francia, por lo que aprendían a cantar La Marsellesa y hacían suyo el lema “Libertad, igualdad y fraternidad”. Y también tenían muy presente a los pioneros de 1873, sobre todo al presidente Francesc Pi Margall. Su ideario fue el faro que guió a los republicanos.

Mientras, la política institucional se acercaba al colapso. La corrupción carcomía la Restauración por dentro y el sistema bipartidista tampoco sabía cómo resolver los nuevos retos: por un lado en Catalunya, los republicanos y los catalanistas demostraban saber gobernar con eficacia las diputaciones y la Mancomunidad. Por otro lado, el movimiento obrero iba ganando fuerza en las grandes áreas urbanas españolas. Y por si esto no fuera suficiente, el ejército fracasaba estrepitosamente al intentar ocupar Marruecos.

Cada vez había más voces que responsabilizaban a la monarquía de aquel callejón sin salida. Como solución desesperada, en 1923 Alfonso XIII se agarró a clavo ardiendo llamado Miguel Primo de Rivera, pero solo sirvió para posponer la crisis final. En abril de 1931 se convocaron elecciones municipales para intentar reconducir la situación. El rey pensaba que unos comicios locales no tendrían tanta trascendencia política. Se equivocaba. La votación se convirtió en un plebiscito que ganaron las formaciones republicanos. Aquí arrasó Esquerra Republicana de Catalunya, un partido fundado el marzo anterior a toda prisa. ¿Cómo es posible que ganara? Porque en realidad era la suma de decenas de agrupaciones republicanas locales que llevaban años esperando la ocasión propicia. Y porque al frente tenían a Francesc Macià, un exmilitar del ejército que se había convertido en el político catalán más carismático de aquel tiempo y con una biografía singular que se puede descubrir visitando el Espai Macià de les Borges Blanques, un buen lugar para ir de excursión estos días. Y por el camino se puede escuchar nuestro podcast donde explicamos su vida y la historia del republicanismo.