El tren de la Historia

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La tecnología digital ha hecho perder trascendencia a la fotografía y millones de instantáneas se toman cada día, pero hace años esta festividad era una de las más inmortalizadas por las cámaras

Domingo de Ramos en la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén

Domingo de Ramos en la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén / Rogelio Allepuz

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

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No hace demasiados años, tal día como hoy, el Domingo de Ramos era fiesta grande. Las familias vestían a los niños con sus mejores galas para hacia bendecir la palma. Con los nuevos tiempos, esta celebración religiosa ha perdido protagonismo. Por suerte tenemos las fotografías que lo inmortalizaron. Son aquellas instantáneas que en la mayoría de hogares duermen en viejas cajas de zapatos o de latas de esas galletas compradas en Andorra, cuando “ir a Andorra” era sinónimo de azúcar, tabaco, wiski; y que ahora son parte de la memoria familiar: “mira, esta es la tía Antonia... aquí sólo tenía doce años...”, “aquí estáis tú y tu hermano... todavía me acuerdo cuando os compramos estas cazadoras”. Eran unos tiempos en los que el Domingo de Ramos tocaba estrenar la ropa de primavera sí o sí y que se sacaba la cámara de fotografiar. Algunos clics para ir llenando el carrete de película que después se llevaba a revelar, porque no, entonces las imágenes no aparecían en ninguna pantalla.

Con la tecnología digital, la fotografía empezó a perder trascendencia. Y todavía tuvo menos cuando sustituimos a las cámaras por los teléfonos móviles. Ahora ya no hace falta esperar el Domingo de Ramos para tomar fotos. Vete a saber cuántos millones se hacen cada día, porque intentamos guardar una imagen de todo lo que nos llama la atención.

Ahora bien, nada de nostalgia. Hacemos lo mismo que antes pero con una tecnología más sofisticada. Como nos explica la profesora de historia de la fotografía, María de los Santos García, el deseo de atrapar al instante es inherente a la especie humana. Hasta el siglo XIX, la función de la pintura era dejar constancia de aquellos hechos remarcables (para quien pagaba al artista, por supuesto) e inmortalizar las personalidades relevantes (o sea quien tenía más poder y más dinero para permitirse el lujo de hacerse retratar).

La heliografía y el daguerrotipo

Alrededor de 1820 Josep-Nicéphore Nièpce logró algo revolucionario: fijar las imágenes a través de un proceso llamado heliografía. Cuando murió, en 1833, Louis Daguerre cogió el relevo y perfeccionó la tecnología hasta que en enero de 1839 presentó el invento en la Academia de Ciencias de París. El mundo aprendía una nueva palabra: daguerrotipo. La prensa de Europa no hablaba de otra cosa (al igual que ahora nos ocupa la inteligencia artificial) y en todas partes se quiso probar el invento de Daguerre. Por ejemplo, la Academia de la Ciencias y las Artes de Barcelona compró un aparato a través de Ramon Alabern Moles, grabador de oficio, que había asistido a las pruebas del invento en París.

El 10 de noviembre de ese mismo 1839, se convirtió en la primera persona de toda la Península Ibérica en tomar una fotografía al retratar el Pla de Palau. Desgraciadamente se ha perdido el rastro de esa imagen, pero sí se conserva la máquina. Vista con los ojos de ahora nos parece un trasto de museo, al igual que pasará con los aparatos que utilizamos hoy dentro de un par de siglos. Es ley de vida: constantemente se intenta mejorar la tecnología. También lo hicieron quienes siguieron los pasos de Daguerre, Alabern y compañía. No se conformaron con lo que tenían: quisieron que las fotos tuvieran color, que fueran más fáciles de hacer e incluso que fueran en tres dimensiones. También en Cataluya.

El historiador de la fotografía Ramon Barnadas ha estudiado la llamada fotografía estereoscópica, una tecnología que consistía en crear imágenes de relieve a partir de dos imágenes diferentes (una para cada ojo) y que tenían que mirarse con un visor específico. El invento daba sensación de profundidad. Esto fue muy útil a finales del siglo XIX para ámbitos científicos como la geografía o la meteorología, ya que fotografiaban las nubes para poder estudiarlas. Sin embargo, también hubo quien vio una posibilidad de negocio. Un fotógrafo de Tàrrega llamado Jaume Calafell creó un aparato llamado Marte Visión. Quien tenga más memoria es posible que lo recuerde porque en Barcelona estaban en un montón de sitios turísticos: por una peseta podías ver imágenes de los lugares más emblemáticos. Más adelante también diseñó un dispositivo individual, similar a unos prismáticos, que se vendía como souvenir acompañado de una tira de fotografías de los paisajes más populares.

En el Tren de la Historia hemos querido contar su historia con Àngels Calafell, una de las hijas de este fotógrafo targarino que toda la vida se movió con un espíritu emprendedor que recuerda a esta gente que trabajan en Silicon Valley inventando cosas que nos dejan con la boca abierta, como le ocurría a la gente que utilizaba los Marte Visión.