Trump, las brujas y los juicios de Salem
Sobre la imputación del expresidente y su espurio victimismo
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Cuenta el Antiguo Testamento, en el Éxodo, que los israelitas cruzaron el mar Rojo huyendo de la esclavitud en Egipto, convencidos de que heredarían la tierra prometida luego de atravesar el desierto. Eran el pueblo elegido por Dios. Ese mismo espíritu imbuyó a los puritanos, perseguidos en la Inglaterra del siglo XVII. Calvinistas, anabaptistas, metodistas surcaron el Atlántico persuadidos de que ‘purificarían’ el vínculo con Dios y serían capaces de construir el paraíso en el nuevo mundo, tan pronto alcanzaran las costas de América del Norte. Una sociedad pura, desde cero. Pero el aislamiento, una naturaleza indómita, las guerras contra los indios nativos, las rivalidades entre clanes familiares y sus creencias, atravesadas por el pecado y las llamaradas del infierno, propiciaron que estallara en 1692, en el pueblecito de Salem, en la entonces colonia de Massachusetts, una ola de pánico e histeria colectiva que se saldó con el ahorcamiento de 20 personas acusadas de brujería y pactos con Satanás.
En época contemporánea, dicen que el primero en emplear la frase «caza de brujas», como metáfora para cualquier campaña implacable y con pocas o nulas evidencias contra alguien, fue George Orwell en su ‘Homenaje a Catalunya’ (se refería a los métodos de los estalinistas, en especial contra el POUM de Andreu Nin). El concepto lleva décadas incrustado en el lenguaje político norteamericano. Lo usó Dwight D. Eisenhower contra la paranoia anticomunista del macartismo. También Nixon lo empleó en el caso Watergate, del que se salvó por los pelos (lo indultó su sucesor, Gerald Ford).Y ahora vuelven a enarbolar el espantajo tanto Donald Trump, primer presidente (o ex) imputado en la historia de EEUU, como las multitudes que lo arropan. Sus seguidores lo proclaman en sus pancartas: «Stop the witch hunt».
Victimización
Con muchos más casos abiertos que el de la actriz porno Stormy (Weather) Daniels, Trump está utilizando el cerco judicial a su favor, dándole la vuelta como a un calcetín al presentarse como mártir. Él, quien fue el hombre más poderoso de la tierra. En los juicios de Salem, los ajusticiados por presunta brujería, en su mayoría mujeres y algún hombre, eran inocentes, personas pobres de solemnidad o bien apestadas. Puestos a establecer paralelismos, Trump más bien está desempeñando el papel de Betty Parris y su prima Abigail Williams, de 9 y 11 años, las niñas que teatralizaron sus convulsiones e imaginaron que su niñera y algunas vecinas del pueblo las habían hechizado. El gran manipulador.
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