Limón & Vinagre | Por Josep Cuní

Ramón Tamames: el mundo de ayer

La figura del académico ha sido eje de las conversaciones públicas recientes y no siempre desde el respeto que merece la edad acumuladora de conocimiento, sabiduría y experiencia

Ramón Tamames.

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Josep Cuní

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Hay un día para cada causa pero hay más causas que días. Así que algunas jornadas acumulan conmemoraciones, evocaciones o reivindicaciones varias para que todos los objetivos tengan su oportunidad.  

El lunes fue el Día Internacional de la Felicidad. Coincidir con el inicio oficial de la primavera se antojaba una casualidad que podía augurar algo mejor que otro invierno superado, a pesar de la preocupante advertencia de los científicos de la ONU sobre los prolíficos tentáculos que va desarrollando el cambio climático y nuestra pasividad.

Definir los grandes conceptos intangibles de la vida no es fácil. De ahí el eco de frases literarias, psicológicas e ingeniosas que intentan dar respuestas complacientes a preguntas trascendentes, ¿Qué son el amor o la amistad?, por ejemplo. Hay listados ingentes de sentencias firmadas por grandes nombres de las letras y la ciencia, pensadores e investigadores que no siempre acertaron con las fórmulas literarias o químicas a pesar de las metáforas y las endorfinas. Por eso se impuso la autoayuda. Para instar a resolver individualmente el gran objetivo del ser humano: la búsqueda de la felicidad.  

La Universidad de Harvard acaba de publicar el resultado de un proceso sin igual. Desde 1939 y durante más de 80 años ha hecho el seguimiento de las vidas de dos generaciones de individuos de las mismas familias. Observando la evolución de sus objetivos ha ido demostrando los cambios de sus paradigmas. Y descubrimos que si en 2007 la mayoría de los 'millennials' se movían entre enriquecerse y ser famosos, suponiendo que los conceptos sean separables, actualmente cultivar y mantener las buenas relaciones es lo que marca las expectativas vitales. Parece evidente que la concatenación de crisis financieras y sanitarias de los últimos tiempos algo ha tenido que ver con la mutación del propósito.

Fue en una reunión habitual de viejos amigos y antiguos camaradas de las que ayudan a mejorar el estado de ánimo donde le ofrecieron su última oportunidad política a Ramón Tamames Gómez (Madrid, 1 de noviembre de 1933). No solo la ha definido así él mismo estos días de resurrección, sino que ha justificado que de no aceptarla se hubiera arrepentido el tiempo que le quede de gloria. 

La figura del académico Tamames ha sido eje de las conversaciones públicas recientes y no siempre desde el respeto que merece la edad acumuladora de conocimiento, sabiduría y experiencia. Y esto empujaba la moción de censura a una dimensión desconocida. No por su posible resultado, ya descontado, sino por la expectación que podía producir el reproche a una manera de gobernar por parte de alguien con capacidad de sentar cátedra. Un rapapolvo en toda regla desde la mirada de quien podría ir mucho más allá de lo que suele el partido que le proponía para presidente, aun estando en las antípodas de lo que don Ramón representó los años en los que ocupó un escaño. 

El propio candidato lo recordó, presentándose a sus señorías como colega de antaño. Cuando miró hacia atrás sin ira pero tampoco coherencia con sus ideales anteriores. Nada a reprochar si lo que le hacía feliz ahora se adaptaba al tiempo cambiante analizado en el estudio de Harvard. Por eso, el peregrinaje de los diputados al espacio improvisado para reconfortarle tras la votación fallida se reveló un homenaje al mundo de ayer. El llorado por Vox buscando contagios de nostalgia.

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