Barcelona y Tel Aviv

Colau disparatada

La ruptura con Tel Aviv no llegará a tribunales porque se restituirá el hermanamiento, y todo quedará en un despropósito más de una alcaldía errática, que se mueve por instinto partidista, pero no por interés ciudadano

L'alcaldessa de Barcelona, Ada Colau

L'alcaldessa de Barcelona, Ada Colau / LORENA SOPENA - EUROPA PRESS

Pilar Rahola

Pilar Rahola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Desde el día en que Colau obtuvo la vara de alcaldesa y vía imposición de decreto, rompió el hermanamiento con Tel Aviv, los despropósitos no han parado. La decisión ya fue, ella misma, un disparate que tenía más a ver con la preocupación electoral de los Comuns –y el consecuente postureo pancartista-, que no con la causa palestina (de hecho, este tipo de boicots no ayudan a los palestinos, sino que, alimentando el relato de las organizaciones terroristas, los condena al bucle infernal de la violencia).

Hecho, pues, aquel estropicio, que jugaba irresponsablemente con la imagen internacional de Barcelona -situando la capital de Catalunya en el podio del sectarismo anti-israelí-, el despropósito se podía enmendar a la manera en que se corrigen los errores en democracia: por la voluntad de la mayoría del consistorio. De hecho, así se intentó la semana pasada, con tres votaciones en plenario, que Colau perdió una vez tras otra. 

Las dos primeras, en pleno ordinario: de entrada se rechazó la iniciativa de entidades propalestinas de romper las relaciones con Israel; y después se aprobó la propuesta del PSC para censurar la decisión unilateral de la señora Colau. Pero la derrota más severa fue en el pleno extraordinario pedido por cuatro grupos: Junts per Catalunya, Ciutadans, Partido Popular y Valents, donde se acordó que, “de manera urgente e inmediata, el gobierno municipal restablezca las relaciones con el Estado de Israel y el hermanamiento de Barcelona con las ciudades de Tel Aviv y Gaza”.

Sin embargo, a pesar del triunfo rotundo de los proponentes, la ruptura sigue vigente porque Colau no retira su decreto de alcaldía. Es decir, gracias a un gesto autocrático, impropio de un talante democrático, impone su ley contra la voluntad mayoritaria.

El tema no acaba aquí porque la concejala Parera ya anunció, en el pleno, que la posición inflexible de Colau podía ser “la base de una demanda por posible delito de odio” y abría la puerta de las acciones judiciales. De momento el Ayuntamiento ya ha recibido el primer contencioso–administrativo contra el decreto, y se prevé que no sea el único. Con suerte, si los resultados de mayo son los previsibles con las encuestas en la mano, la cuestión no llegará a tribunales porque se restituirá el hermanamiento, y todo quedará en una tontería más de una alcaldía errática, que se mueve por instinto partidista, pero no por interés ciudadano.

Con todo, el mal a la ciudad ya se ha hecho porque el nombre de Barcelona ha recorrido el mundo como ejemplo de odio anti-israelí, sin parangón con ninguna otra ciudad europea y solo equiparable al antisemitismo clásico de determinados países islámicos. Y no todos, porque con los acuerdos de Abraham incluso hay países islámicos que están estableciendo relaciones fluidas y provechosas con Israel, de forma que Colau va al revés de la historia. El siglo XXI está cambiando el paradigma de Oriente Próximo, pero las Colaus de turno permanecen ancladas en las dinámicas destructivas del siglo XX.

Más allá de la cuestión de Israel y de la pancarta clásica de sus odiadores, este episodio es toda una metáfora de la cultura sectaria de determinada izquierda, que mientras vende la fanfarria de la “nueva política” asume las maneras deplorables de la política más rancia. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que los Comuns, estos grandes defensores del asamblearismo, los acuerdos con las bases y la democracia participativa, gobiernen a golpe de decretos de alcaldía, en contra del parecer de la mayoría del pleno, y, en consecuencia, en contra de la mayoría de los ciudadanos?

Lejos de entender que una decisión que contamina internacionalmente Barcelona necesita un gran consenso para aprobarse, los comunes deciden ensuciar el nombre de la ciudad por puro interés de partido, contra el sentido de la mayoría. Por cierto, en este caso junto a ERC, el único partido que apoyó a Colau, y que también habla mucho de nueva política, mientras acaba de imponer al director de Fira 2000 contra el parecer de todas las partes implicadas.

Y no se trata solo del decreto sobre Israel, sino de tantas otras decisiones impuestas a la fuerza a los ciudadanos de Barcelona, sin los acuerdos pertinentes. En la pancarta, Colau y compañía son muy asamblearios, pero cuando tienen el poder, lo imponen como si fueran una monarquía.