Artículo de J. R. Ubieto

¿Puede el 'bullying' provocar un suicidio?

El acoso es un acontecimiento traumático porque implica el impacto de las palabras sobre el cuerpo. Y hace falta un tiempo para poder responder de ese suceso

Emotivos mensajes de apoyo a la niña que se suicidó en Sallent.

Emotivos mensajes de apoyo a la niña que se suicidó en Sallent.

José Ramón Ubieto

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Cada vez que asistimos a un suicidio adolescente quedamos impactados por el sinsentido que tiene esa muerte, inesperada y demasiado precoz. Entender sus razones no es fácil porque ni siquiera la propia víctima las podría deletrear con claridad. Habitualmente, son un conjunto de factores: dificultades familiares, accidentes biográficos, desencadenantes recientes y, especialmente en el caso de los adolescentes, la incidencia de las redes sociales, que operan como una cámara de eco de sus propios temores y angustias. Aquello que vierten allá les vuelve como certeza que les empuja al acto. Si sugieren una idea, las redes sociales amplifican esa tesis hasta hacerla posible y eso anima a los más vulnerables.

Que no sepamos nada de todo eso que se está tramando en sus cabezas no es tan difícil, sobre todo si estamos más atentos a sus rendimientos (escolares, familiares o sociales) que a sus estados de ánimo. Ellos y ellas guardan silencio porque la vergüenza -efecto habitual entre los acosados- los empuja al mutismo, a veces para siempre. James Rhodes, pianista y víctima de abusos sexuales regulares y brutales en la escuela de los 5 a los 10 años, lo explica así en su testimonio literario Instrumental: “La vergüenza es el legado que dejan todos los abusos. Es lo que garantiza que no salgamos de la oscuridad, y también es lo más importante que hay que comprender si queréis saber por qué las víctimas del abuso están tan jodidas. La vergüenza asegura el silencio, y el suicidio es el silencio definitivo”.

El acoso es un acontecimiento traumático porque implica el impacto de las palabras sobre el cuerpo, que en ocasiones puede ser muy destructivo. Las palabras tocan y resuenan en el cuerpo y resultan hirientes, razón por la que en ningún caso es posible banalizar el fenómeno del acoso. Pero, al igual que reflejan los testimonios de muchos supervivientes de la Shoah (Levi, Semprún, Kertész), hace falta un tiempo para que puedan responder de ese suceso traumático. Elegir vivir es una opción que implica callar sobre esa vergüenza de existir. También para las víctimas del acoso se plantea el dilema de “la escritura o la vida”. 

Las víctimas del 'bullying' comparten una sola -pero poderosa- característica común: son personas que, por motivos diversos y siempre particulares, no pueden responder a la intimidación del otro. No es solo que tengan rasgos diferentes (origen, religión) o alguna dificultad (discapacidad, trastorno mental, obesidad), ya que a veces estas características pueden hacerlos valiosos o convertirlos en sujetos de compasión. Hace falta un dato más, presente en todos los casos: que no puedan responder porque esa escena les resuena íntimamente de tal manera que conecta con algo muy particular de su existencia para lo que no tienen respuesta (un abuso sexual sufrido, una ‘mancha’ en la familia, una debilidad vergonzosa). 

Esa falta de respuesta es lo que anima al acosador y a los testigos impasibles a permanecer en la escena sádica en la que la víctima es reducida a un objeto. En casos extremos, esa 'objetalización' es tan real que puede llevarlos al suicidio, cuando la conciencia de ser una mierda o un desecho se les impone por la persistencia de la escena de acoso. El sujeto se ve allí en el momento de su desaparición y se produce algo que se asemeja a dejar caer el cuerpo. Una muchacha víctima de acoso nos explica cómo se sentía cuando al salir de la ducha, en el vestuario escolar, se encontraba desnuda y sin la ropa que le habían sustraído: “miraba las toallas que habían dejado tiradas en el suelo y yo era una de ellas, algo que se usa para limpiar la suciedad y luego se deja tirada en el suelo”. Es, entonces, cuando el suicidio se les presenta como la última oportunidad de recuperar algo de su dignidad de sujetos (y ya no como simples objetos). Ese último acto les pertenece solo a ellos.

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