Limón & Vinagre | Artículo de Josep Cuní

Emmanuel Macron: un poco de amor y de amistad

Como les sucede a todos los altos mandatarios, cuando se aficionan a las relaciones internacionales los problemas domésticos les aburren

Emmanuel Macron y Pedro Sánchez

Emmanuel Macron y Pedro Sánchez / FERRAN NADEU

Josep Cuní

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Los estados no tienen amigos, tienen intereses. Este principio fundamental para el planteamiento y la defensa de las políticas internacionales amplía la frase de un primer ministro británico justificando el proceder de Inglaterra. Y por ser tan definitoria como definitiva la sentencia de Lord Palmerston de hace siglo y medio ha pasado a la historia, haciéndola suya todos los mandatarios mundiales aunque disimulándola con las palabras amistad y colaboración. 

Este ha sido el espíritu real del tratado de Barcelona y sus acuerdos. Y ni por ello la cumbre deja de ser importante, al contrario, ni su realismo desdeña la complicidad de sus dos protagonistas. Los afectuosos saludos, las sonrisas permanentes, los guiños físicos, los elogios verbales y las coincidencias discursivas explican el alcance de lo pactado. Incluso la mirada tolerante de Pedro Sánchez hacia Pere Aragonès, cuando el 'president' le presentaba su lista de agravios y esperanzas al invitado galo, mantenía el tono general que dominó la jornada y se entendía como la nota discordante inevitable, ampliada escaleras abajo. El tiempo dirá en qué queda todo porque, como dicen los italianos, si el amor hace pasar el tempo, el tiempo hace pasar el amor. La prueba es que unos acuerdos semejantes Francia los tiene firmados, precisamente, con Italia y Alemania. Y en ninguno de ambos casos viven su mejor momento. De ahí la astucia de Sánchez para aprovechar la ocasión y hablar de Europa y sus riesgos, la guerra y sus peligros o la desleal competencia norteamericana y sus desmanes. Y pretender un eje Madrid-París que acerque a España hacia una mejor posición, antes de presidir la comunidad. 

Previo al encuentro se rumoreó que el presidente francés tenía prisa. Que había pedido adelantar la rueda de prensa porque su país estaba cabreado. Que la voluntad de su Gobierno de reformar el sistema y cálculo de las pensiones haría salir a la calle a unos compatriotas tradicionalmente reacios a los cambios legislativos cuando los considera derechos adquiridos y teme sus rebajas sociales. O sea, siempre que se pretende tocar una coma de cualquier ley en vigor que preserve un nivel tan beneficioso para el ciudadano como inasumible para las arcas del Estado que calcula su viabilidad futura. Y así fue.

Más de un millón de personas se manifestaron en París y otras muchas protestaron durante todo el día, ilustrando la realidad francesa que quería en el Elíseo a su vigésimo quinto titular: Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron (Amiens, 21 de diciembre de 1977). Pero, como les sucede a todos los altos mandatarios, cuando se aficionan a las relaciones internacionales los problemas domésticos les aburren. Tienen la sensación de que son relativos comparados con su contribución a la mejora del mundo global. Y si desde que se le atribuyó a Felipe González a finales de los ochenta a todos sus sucesores les han colgado la etiqueta, qué no le sucederá a Macron si en su condición de intelectual quiso reunirse de nuevo con Javier Cercas para hablar de literatura. Fue después de visitar el museo Picasso y antes de acudir al Instituto Francés de Barcelona, para dirigirse a una representación de compatriotas residentes en Catalunya. En el aire y como banda sonora se recuperaba a Gilbert Bécaud y su canción 'Un peu d’amour et d’amitié'.  

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