Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Un día de fiesta

Fuera de cámara, fuera del tiempo presente, se impone la presencia cercana del Holocausto, una sombra que ennegrece toda la pantalla

79th anniversary of the uprising at the Treblinka extermination camp

79th anniversary of the uprising at the Treblinka extermination camp / EFE / PAWEL SUPERNAK

Josep Maria Fonalleras

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Se conserva parte de un documental ('El Führer obsequia a los judíos con una ciudad') donde se representa lo que los nazis llamaron 'Verschönerungsaktion' (“campaña de embellecimiento”) y que consistió, en 1944, en la ejecución de una farsa en la que los 'habitantes' del pueblo de Terezín, en Checoslovaquia, se vieron obligados a simular una vida normal ante los observadores de Cruz Roja que querían comprobar (¡en 1944!) el trato que recibían los judíos en aquella ciudad amurallada que, de hecho, era un campo de concentración que los alemanes rebautizaron como Theresienstadt. La iniquidad fue ominosa, y hay dos escenas que la ejemplifican. La asistencia a un partido de fútbol y un concierto de música clásica en el que los asistentes (mirada perdida, alma cadavérica) son empujados a escuchar la sinfonía que les regalan los verdugos como si se tratara de una sofisticada cita cultural. Da escalofríos observar cómo aquellos que están a punto de morir (enviados al exterminio a los pocos días) escuchan cabizbajos y vestidos de domingo unas notas macabras, que lo son porque forman parte del teatro del horror.

Hace poco, se ha estrenado otro documental, una joya llamada '3 minutos: una exploración'. Son, como dice el título, tres minutos en la vida de los habitantes de Nasielka, cerca de Varsovia. En 1938, un judío polaco que se ha hecho rico en América, viaja a Europa para encontrar sus orígenes. Filma tres minutos donde hay niños y niñas que juegan, hombres y mujeres que salen de una sinagoga o compran en una tienda de comestibles. La película, que dura 70, sólo muestra estos 3 minutos e indaga sobre quiénes eran y qué hacían (con la lupa de la memoria de los supervivientes, con la lentitud de quien se detiene ante un pasado remoto, con la fijación por la textura de las imágenes) aquellos que, pocos meses después, morirían aniquilados en Treblinka. Como dice la directora, Bianca Stigter, tienes ganas de decirles: “¡Salid, salid corriendo!”. Pero no puedes hacerlo. Están allí y no se moverán, aún risueños. Y, fuera de cámara, fuera del tiempo presente, se impone la presencia cercana del Holocausto, una sombra que ennegrece toda la pantalla. Nos interpelan estos documentos: farsa de la tragedia, tragedia escondida en la brecha de un día de fiesta.

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