Artículo de Albert Soler

Cuevillas: la opresión llega a los restaurantes

Nadie puede recriminarle a Cuevillas que quiera comer y beber de gorra. Uno se mete en el 'lacismo' para eso

Jaume Alonso Cuevillas, el abogado de Puigdemont, en el Congreso para asesorar sobre indultos

Jaume Alonso Cuevillas, el abogado de Puigdemont, en el Congreso para asesorar sobre indultos

Albert Soler

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Después dirán que no hay opresión, pero a Jaume Alonso-Cuevillas le obligaron a pagar la botella de vino que -según el encargado del restaurante Mimolet, en Girona- se había trincado. Los restaurantes de la Catalunya toda deberían saber que nuestros próceres no pagan, por algo se han metido en política. Si Cuevillas quisiera abonar la cuenta cuando va de restaurante, se habría quedado en picapleitos, como está mandado. Tanto les han repetido a los catalanes que Girona es la zona cero del lacismo, tanto les han reiterado que aquí somos el paradigma de la soñada 'republiqueta', que es natural que, cuando nos visitan, vengan sin dinero en el bolsillo. ¿Para qué lo iban a necesitar si estamos a su servicio?

Después de que Cuevillas, el gran jurista del 'procés', publicara un tuit quejándose del ominoso trato que había recibido - ¡le obligaron a pagar el vino! -, el jefe de sala del Mimolet le replicó que había sido un cliente prepotente y le acusó de no querer pagar, de faltar al respeto a una empleada y de querer tener esclavos a su servicio. O sea, le acusó de aglutinar en su escasa persona todas las virtudes del 'lacismo', cosa que debió de agradar sobremanera al aludido. No es raro que Cuevillas haya medrado tanto con el 'procés' si encarna todas las cualidades requeridas para ello.

Si el jurista Cuevillas desnudó tanto su alma hasta convertirse en paradigma del buen 'lacista', fue gracias al vino. Ya se sabe que 'in vino veritas'. Según el Mimolet, nuestro hombre se pimpló él solito la botella de vino, que puede no parecer mucho, pero para alguien de su peso y dimensiones equivale a que Laura Borràs se meta entre pecho y espalda 10 hectolitros de buen caldo. Cuando al día siguiente, ya bien entrada la tarde, Cuevillas despertó resacoso, le faltó tiempo para borrar su tuit. Eso es también muy 'lacista': pensar que borrando lo que han hecho, se borra al mismo tiempo de la memoria de la gente. Como 'lacista' es querer hundir a un restaurante en las redes y hundirse a sí mismo, se diría que lo caracteriza a los líderes del 'procés' es pretender una cosa y conseguir justo la contraria

-Hay que ver, 'hips', las burradas que escribe la gente en Twitter, 'hips'.

-Errr... esto lo escribió usted ayer antes de caer redondo en la cama, señor Cuevillas.

Nadie puede recriminarle a Cuevillas que quiera comer y beber de gorra. Más aún, que quiera vivir de gorra. Ese es su derecho. Uno se mete en el 'lacismo' para eso. En sus periódicos viajes a Waterloo para rendir pleitesía al Vivales, Cuevillas ve con sus propios ojos lo que es vivir bien sin dar un palo al agua. ¿Cómo echarle en cara que aspire a lo mismo? La 'republiqueta' soñada era eso: que sus líderes pudieran ir por Catalunya comiendo y bebiendo por la patilla y señalando a quienes pretendieran ser tratados con dignidad. Incluso el helado de postre iría a cuenta del camarero.

Desde aquí animo a Cuevillas a que siga adiestrando a los trabajadores de la hostelería, que sepan quién manda aquí, usted no sabe con quién está hablando, haga el favor de llamar al encargado, que yo jamás pago una botella de vino, etcétera. Eso sí, la próxima vez, que lo haga en el bar Cuéllar. Y que avise, que no me quiero perder cómo baja rodando la cuesta de Vila-Roja.

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