Opinión |
Artículo de Xavier Martínez-Celorrio

Último tren para la FP

Si esta vez no aprovechamos la oportunidad y los recursos destinados a la formación profesional, perderemos el tren de la modernidad

Leonard Beard

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Xavier Martínez-Celorrio

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La nueva ley estatal de formación profesional ofrece una ventana histórica de oportunidad que debe ser aprovechada al máximo. Hasta 2026, la FP recibirá nada menos que 5.474 millones en el conjunto de España y en Catalunya cerca de los 1.000 millones. Nunca una ley de FP se ha acompañado de tantos recursos. Además, la ley establece un sistema único e integrado de FP a lo largo de la vida, adoptando el enfoque europeo. En la práctica implica que la FP reglada del sistema educativo y la FP para el empleo (la popular FP ocupacional) se integran y se complementan entre sí en un servicio único pero flexible y modular. Para completar esa integración, ahora se está preparando la nueva Ley de Formación para el Empleo desde la concertación de Ministerios y agentes sociales.

En Catalunya andamos algo más retrasados en la integración de los dos subsistemas de FP. Mientras otros territorios cuentan ya con centros integrados de FP con ambas ofertas, Catalunya es el único que no cuenta con ninguno. El País Vasco cuentan con 31 centros integrados y Castilla y León tiene 24. Aquí, en 2015 se construyó lo que iba a ser el centro integrado de la automoción de Martorell con un coste de 17,6 millones y una capacidad para 15.000 alumnos. Fue inaugurado por Artur Mas pero desde entonces permanece cerrado. Al final, este año se adjudicó a la UPC que lo ha rebautizado como campus de la movilidad sostenible. En total, siete preciosos años perdidos que, de propina, nos deja la decisión estratégica de Volskwagen de instalar en Sagunto su giga-factoría de baterías, invirtiendo allí y no en Martorell, nada menos que 7.000 millones de euros.

¿Algún responsable público que asuma este desastre? No va a aparecer. Lo paradójico es que durante estos siete años los gobiernos independentistas no han aplicado ni su soberanía para desarrollar la ley catalana de FP de 2015 que incluía ya los centros integrados. ¿De qué sirve la retórica por la patria cuando ni se sabe ejercer la soberanía disponible? El estado crítico de la FP catalana no se acaba aquí: llevamos ya 2 años con una demanda de 20.000 jóvenes que se quedan sin plaza en primera opción y con 16.231 plazas que quedan vacantes. Es fiel reflejo de una oferta que no se sabe planificar ni se ajusta a las demandas del tejido productivo ni atrae a miles de jóvenes aun con un 38% de desempleo entre los menores de 20 años. 

Si este panorama se diese en el sistema universitario, el escándalo mediático sería mayúsculo. En cambio, no lo es en el caso de la FP porque sigue revestida de prejuicios clasistas, que la asocian para “fracasados” y como un destino propio de la clase obrera. Es un prejuicio muy instalado en las clases medias y con mayor nivel de capital cultural. El mal gobierno de la FP en Catalunya no tiene coste político aparente, pero tiene un coste social oculto al retirar la escalera del ascensor social para jóvenes y adultos. Contar con un título de FP aumenta 18 puntos la tasa de ascenso social respecto a contar con estudios mínimos.

Encima, un 40% de los adolescentes que empiezan un ciclo medio de FP lo abandonan, tanto por no ajustarse a sus expectativas como, sobre todo, no contar con las competencias básicas de lecto-escritura que debería garantizar la ESO. Hay un grifo abierto y unas cañerías con muchos agujeros que engordan la tasa de abandono temprano y reproducen la desigualdad y la herencia social por abajo: hijos que no saldrán de la pobreza y la baja cualificación de la que provienen.   

Hay un triple riesgo para la FP en Catalunya: primero, que no se sepa gestionar la inversión millonaria que viene del Gobierno de Pedro Sánchez para modernizar el sistema (devolviendo parte de esos recursos). Segundo, que la Generalitat siga sin aportar recursos propios y maquille los datos para falsear y decir que invierte un 4,21% del PIB en educación.

Por último, que aumente la desigualdad y el 'efecto Mateo' entre los centros: polarizando los centros excelentes de FP que acaparan la innovación y la tecnología de vanguardia y los centros de FP de barrio y de entorno rural con una oferta desfasada y compasiva. Es ahora o nunca. No podemos perder el último tren de la FP y la oportunidad modernizadora que nos ofrece. Pero para eso, hace falta un liderazgo público creíble que hoy no tenemos.  

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