Junqueras, de vuelta al púlpito
Aun siendo un amante confeso de las dudas, habrá necesitado de algún tiempo para asumir esta contradicción; una paradoja que pronto se agudizará de confirmarse como el gran beneficiario de la desaparición de la vieja sedición impulsada por los gobernantes de odiado estado
Jordi Mercader
Periodista.
Oriol Junqueras ha regresado al púlpito tras su flirteo con la política cuántica. El presidente de ERC retrocede 20 años atrás, cuando debutó en la política de partido deslumbrando a los militantes republicanos con sus apelaciones al amor al prójimo. “Debemos querer a la gente, si ven que les queremos serán de los nuestros con entusiasmo”, les decía. La aplicación de sus lecturas de 'De Imitatione Christi' y de la teología de la liberación le proporcionó una singularidad suficiente para sacar a ERC de la crisis en la que había caído tras su participación en los dos primeros tripartitos. De todas maneras, el estilo evangélico-campechano, combinado con algunas ideas descabelladas como la de sugerir el parón de la economía catalana durante una semana para debilitar al Estado español, solo le dio fuerza a Junqueras para sostener a Artur Mas en la presidencia y aupar a Carles Puigdemont al liderazgo independentista.
Luego sucedió todo lo que sucedió y Junqueras, una vez encarcelado, abrazó la moda de la política cuántica; una especialidad que tiene cierta mística, tanta como dificultad tiene el entender el entrelazamiento de fotones aplicado a la política. El líder de ERC ya había experimentado con anterioridad con la versión más popular de la cuántica, la que explicaría que un político puede estar en dos lugares a la vez sin dejar de ser el mismo político. Junqueras ejerció de socio de gobierno de Artur Mas y de jefe de la oposición al Gobierno de CiU sin ningún reparo, con la misma naturalidad con la que asumió la vicepresidencia del Gobierno de Puigdemont actuando a la vez como su oponente más feroz.
En su despacho político de la cárcel de Lledoners, Junqueras quiso ir más allá de la superposición de estados. En aquella penosa etapa, su propósito era el de atesorar el máximo capital de dignidad para poderlo capitalizar llegado el momento de su liberación. Pero Junqueras intuyó que tal acumulación de crédito patriótico le resultaría insuficiente para mantener el pulso con Puigdemont, instalado en la libertad de Waterloo, de no poder mantener operativa su influencia política. En definitiva, a los muchos mensajeros, periodistas y dirigentes políticos que recibía les explicaba la intención de desarrollar su capacidad de entrelazar voluntades políticas distantes como si estas fueran fotones. El plan no era otro que ralentizar la velocidad de la Larga Marcha independentista hacia el Estado propio.
Los resultados de esta ambiciosa teletransportación de fotones políticos nunca los sabremos, pues el régimen penitenciario le permitió las salidas convenientes para defender sus posiciones políticas a través de los medios clásicos. El indulto aprobado por el Gobierno de Pedro Sánchez puso fin a la condena abusiva del Tribunal Supremo. Sin duda, el hecho de que el presunto represor le concediera la gracia de la libertad le debió desorientar. Aun siendo un amante confeso de las dudas, habrá necesitado de algún tiempo para asumir esta contradicción; una paradoja que pronto se agudizará de confirmarse como el gran beneficiario de la desaparición de la vieja sedición impulsada por los gobernantes de odiado estado. La perspectiva de un regreso al juego electoral bien vale una misa de incongruencia, por eso Junqueras recupera el púlpito.
Y lo ha hecho para convertirse, de nuevo, en martillo de los herejes socialistas catalanes. Si antes el PSC fue a juicio de Junqueras “el partido que más daño ha causado a la política de izquierdas”, en estos momentos es el partido que personifica el mal para el 80% de los catalanes. Este “80% de los catalanes” es una construcción política de un fervor autodeterminista inventado, creado a partir de la existencia de un sentir general de que las diferencias entre nosotros van a resolverse votando, sea unos acuerdos de la mesa de negociación, un nuevo Estatut o un referéndum de independencia. En la exigencia de Junqueras al PSC de una reconciliación previa con esta imaginaria Catalunya para poder ser dignos de negociar con ERC hay poco amor al prójimo, demasiado ánimo de venganza y mucha ceguera política. Al paso que marcan los sondeos, tal vez sea el independentismo el que deba reconciliarse, al menos, con los suyos.
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