GOLPE FRANCO
Sempr3
Juan Cruz
Periodista y escritor
Periodista y escritor
De niño debió ser como los que lo acompañaron al Camp Nou, su última noche sobre ese césped. Uno de los dos muchachos le acarició el escudo, como si le estuviera preguntando por su padre a la misma entidad de la que éste se despide. Él le dio algunas indicaciones, lo besó en el pelo, lo situó en el campo, dejó a los dos chicos a buen resguardo, y se fue, con su seriedad de capitán del corazón a los asuntos.
Le esperaba un graderío que sacó de lo hondo, sobre el minuto tres especialmente (sempr3), el aplauso que merece su larga historia. Esa misma afición lo tachó de su vista en partidos recientes, animado acaso por el hecho de que el propio club (el entrenador lo admitió) lo fuera degradando antes de que él mismo renunciara a las medallas.
Cuando lo hizo, hace tres días, cuando abrillantó el escudo pero zanjó su cuenta sentimental con el campo de juego, los que lo hacían resbalar de las alineaciones, se precipitaron en elogios que llevan limón y pimienta y almíbar, a dosis parecidas. La unanimidad de la noche quiere borrar el pasado reciente, cuando se merecía Piqué el apodo del famoso central alemán, denominación que coreó el estadio como si no hubiera habido aquellos gritos como puños.
Pero imagino que ese escudo que acariciaba el niño tenía cicatrices aun sangrantes de los minutos en que, estando en el campo, fue blanco de ese cuchillo de hielo que se saca cuando ya alguien decreta que no eres útil sino parte del banquillo.
Debió ser como aquellos niños que llevó al campo. Un niño feliz con preguntas. Así fue también en la adolescencia barcelonista y, por supuesto, cuando ya en la alegría de la amistad, se juntaba con amigos para escuchar bravatas de cada día, chistes que él también decía, preguntas que querían saber más de la vida de los otros.
Se diría que entonces, esa sonrisa con la que inquiere, con la que en el campo saluda también a los contrarios, se entrenó en aquellos tiempos. Un jugador extraordinario, una persona franca, espiritual, mucho menos dada al vicio de ganar (dinero) que al de ganar títulos, a los que contribuyó en grado sumo. Con la selección española también, y habría que hacer memoria de los cantos de repudio que padeció en nuestros estadios cada vez que se puso, en los años posteriores a 2017, la camiseta roja y gualda. De esos tiempos viene mi afecto mayor por Piqué y por Guardiola, precisamente, porque al uno le atribuyeron una militancia que no demostraba y al otro le negaban su derecho, en un país democrático, a querer para su tierra el destino que le diera la gana.
En esas reuniones con las chicas y con los chicos, algunos mayores que él, a veces él el mayor de todos, preguntaba para saber, se preparaba para un mundo que pronto iría en serio, como la vida y como dice aquel verso de Jaime Gil de Biedma. Esa sequedad que finalmente masticó el Camp Nou para disminuir su grado de influencia en el Barça de hoy (y de ayer, no se olvide) ahora es un alimento que han de digerir los que dejaron que él fuera, solo, en solitario, el que le diera la vuelta al aire para convertir su despedida en un modo de amor al Barça. Siempre, sempr3, lo tendremos en el corazón.
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