La espiral de la libreta | Artículo de Olga Merino

La Rambla o sucumbir a la nostalgia pegajosa

La antigua camisería Xancó alberga ahora una tienda de ‘souvenirs’ de cerámica

Imagen de archivo de la Rambla de Barcelona, llena de paseantes

Imagen de archivo de la Rambla de Barcelona, llena de paseantes / Europa Press

Olga Merino

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El otro día, por mi mala cabeza, pensé en el padre de Carmen Amaya, la bailaora del Somorrostro, gitana con ojos de pantera. El hombre se llamaba José Amaya, apodado ‘El Chino’, y dicen que acudía a la obra en taxi, como un señor. El empleo de albañil, desde luego, debió de durarle bien poco, pues el burujo de parné se lo ganaba sobre todo acompañando a la guitarra el baile de la hija por tugurios y colmados flamencos. Se cuentan muchas cosas. Como la anécdota aquella del Waldorf Astoria de Nueva York, donde el clan Amaya asó dos kilos de sardinas usando el somier de la habitación como parrilla sobre una candela hecha con las mesitas de noche. Supuestamente. Vete a saber. El caso es que me acordé de ‘El Chino’ porque, espoleada por las prisas, tuve que coger un taxi para sacar un libro con urgencia de la biblioteca antes de que me dieran con la puerta en las narices. Acudir a la biblioteca en taxi resulta raro, muy raro. Parecería un esnobismo si no fuera mero lío.

Andreu Nin

Aún no conocía la biblioteca Gòtic–Andreu Nin, emplazada en la escuela Elisava, a la altura del monumento a Pitarra y de lo que fue el bar Cosmos. Agradable, muy recogida, las paredes decoradas con textos literarios que glosaron el barrio chino y la Rambla: Jean Genet, Josep Maria de Sagarra, Salvat–Papasseit, Sempronio, Lorca… «toda la esencia de la gran Barcelona, la perenne, la insobornable, la grande, está en esta calle». Ay.

Gofres genitales

Remonté el paseo hacia la plaza de Catalunya pensando en lo de siempre, en que la Rambla ya no pertenece a los barceloneses, que se ha transformado en un no–lugar, en un tránsito–trámite hacia otra parte. La antigua camisería a medida Casa J. Xancó–Cotchet, que cerró poco antes de la pandemia, alberga ahora otra tienda de ‘souvenirs’, recuerdos, eso sí, con algo más de caché que el plástico: porcelana, ‘rajola’ catalana, anuncios ‘vintage’: «¿Han probado ustedes el arroz español? Cómanlo; es lo mejor del mundo». Un torero de cerámica estilizada preside el escaparate. Un poco más arriba, un chiringuito ofrece a los transeúntes unos espantosos gofres con forma de pene o vagina, de sabores a elegir.

La Rambla del pasado tampoco era el edén. A principios de los 80, la parte sur rebosaba de yonquis, chutas, camellos, putas destrozadas y chulos, trileros, manguis, borrachos y demás fauna de aluvión, pero, no sé, algo de esta nueva versión chirría. Tal vez sea la analogía especular, el tufillo uniforme a Magaluf. O quizá estoy sucumbiendo a la nostalgia pegajosa, porque se van cumpliendo años y la fiesta ya pertenece a otros.       

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