La campaña militar (67) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Explosión de gasoductos, un paso más en la guerra híbrida

Putin envía un claro mensaje a quienes se empeñan en apoyar a Kiev, empleando su riqueza gasística como un arma tanto o más importante que las militares desplegadas en Ucrania

Vista aérea de una fuga en el gasoducto Nord Stream cerca de la isla de Bornholm, en Dinamarca

Vista aérea de una fuga en el gasoducto Nord Stream cerca de la isla de Bornholm, en Dinamarca / Danish Defence Command/dpa

Jesús A. Núñez Villaverde

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Aunque pueda parecer inicialmente chocante -¿quién puede estar interesado en reventar unos gasoductos que le sirven para obtener considerables ingresos?-, todo apunta a que Rusia ha decidido dar un paso más en su escalada en la zona gris de una guerra hibrida en la que está inmersa hace tiempo. Se trata de acciones que están diseñadas para enviar mensajes y dañar parcialmente los intereses del contrario, pero que, vistas individualmente, no llegan a traspasar el umbral que pueda desencadenar una respuesta militar inmediata por parte del adversario. Destrozar esos gasoductos, por otro lado, no está técnicamente al alcance de Ucrania y tampoco cabe pensar que Kiev se arriesgue así a perder el apoyo occidental; mientras que Estados Unidos simplemente no necesita hacerlo para reforzar la tensión con Moscú, poniendo en peligro la relación trasatlántica.

En este caso, tanto Nord Stream 1 como Nord Stream 2 son dos blancos idóneos para ese fin. El primero no envía gas desde principios de agosto y el segundo nunca ha entrado en funcionamiento. Eso significa que Moscú no estaba ya ingresando un solo dólar por esas vías y calcula que tampoco va a hacerlo en el futuro con unos países que están empeñados en una estrategia de eliminación de la dependencia energética de quien hasta hace poco proporcionaba más del 40% del gas que consumen los Veintisiete.

Descartada la posibilidad de un accidente triple, las explosiones (Suecia ‘dixit’) que se han producido en aguas internacionales muy próximas a Dinamarca dejan inutilizados tres de los cuatro tubos existentes. De ese modo, haya sido con un comando de operaciones especiales o con un dron submarino, Putin envía un claro mensaje a quienes se empeñan en apoyar a Kiev, empleando su riqueza gasística como un arma tanto o más importante ahora mismo que las militares desplegadas en el campo de batalla ucraniano, contando con que previsiblemente también va a cerrar muy a corto plazo el tránsito de gas a través de Ucrania. Busca, en definitiva, con una Alemania que ve así cuestionada radicalmente su estrategia energética de los últimos 20 años, disuadir a los Veintisiete de que mantengan su respaldo a Zelenski, castigando a sus poblaciones con el corte de un suministro que puede deparar un crudo invierno (sobre todo el del próximo año). De paso, hace ver que, en su desesperación por evitar la derrota en Ucrania, mañana puede hacer algo similar con los gasoductos que vienen de Noruega (origen actualmente del 25% de todo el gas que transita hacia la UE por gasoducto), haciendo coincidir el ataque con la entrada en funcionamiento del nuevo gasoducto noruego hacia Polonia y Alemania.

Como parte sustancial de esa misma guerra híbrida hay que interpretar el mensaje de Moscú rechazando de plano toda implicación en lo que ha ocurrido, al tiempo que sus fieles hacen correr la voz de que Washington es el verdadero ejecutor con el objetivo de dejar a Moscú en mal lugar y aprovechar para hacer negocio con la venta de su propio gas. Y aunque es cierto que EEUU es ya el principal suministrador de gas a varios países de la Unión Europea, también lo es que no tiene ninguna capacidad excedentaria para poder aumentar los envíos a Europa y, al mismo tiempo, atender su propia demanda interna.

A falta de confirmación inequívoca sobre la autoría de lo que solo se puede calificar como un ataque, Moscú sigue adelante con una escalada -movilización general y consultas ilegales en zonas ocupadas incluidas- tan infructífera como desesperada.

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