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La Mercè 2022: recuperar la calle

Las fiestas de la Mercè son días para reencontrarse con Barcelona, disfrutarla y, si es posible, por una vez, que se guste

Inicio de la fiestas de la Mercè con el ‘seguici’ por La Rambla

Inicio de la fiestas de la Mercè con el ‘seguici’ por La Rambla / JORDI COTRINA

Las fiestas de la Mercè recuperan este año la normalidad; incluso lo es que vayan a estar condicionadas por unas previsiones meteorológicas que han obligado a suspender actos desde el primer minuto. Llegan después de dos años absolutamente condicionados por la pandemia, hasta el punto de que en 2020 se experimentó con un espectáculo piromusical descentralizado por toda Barcelona para ser contemplado por los vecinos desde las respectivas azoteas de sus casas. Exactamente lo contrario de lo que una fiesta mayor debería ser, y al mismo tiempo una exhibición de que la ciudad podía seguir latiendo al unísono incluso en esas circunstancias. Aunque no fuese ese el año más difícil, como recuerda la que fuera responsable de la organización de la Mercè durante años, Rosa Mach: aún más duro fue celebrar las fiestas en 2017, en estado de duelo por los atentados de agosto y en inquieta expectativa por lo que debía suceder en octubre. Este año vuelve el piromusical a Montjuïc, el 'correfoc' solo se traslada al paseo de Gràcia por motivo de obras (en lo que puede ser un feliz experimento) y se vuelven a ocupar, si la lluvia lo permite, los espacios habituales del centro de la ciudad y los descentralizados que deben extender la fiesta a otros barrios y evitar colapsos que a veces han rozado el riesgo público. La perspectiva preelectoral quizá haga subir el tono de cualquier polémica que surja durante este largo fin de semana festivo para los barceloneses. Pero difícilmente en estos días el protagonismo (por una vez, quizá la última hasta la próxima primavera) lo tendrá el tremendismo del discurso público sobre el estado de la ciudad. Ni el que proclama como revoluciones urbanas ideales, idealizadas y por encima de cualquier crítica lo que es gestión, acertada o errónea, innovadora o rutina envuelta en retórica, abierta a la participación o unilateral. Ni tampoco el del apocalipsis diario que se inflama sin discriminar entre los problemas comunes a cualquier gran urbe y los errores de modelo propio y que es tan capaz de elevar anécdotas al nivel de desastre como de asumir como normales problemas crónicos, o resistirse a admitir los motivos dignos de reconocimiento o incluso orgullo ciudadano. 

Ya quedarán por delante unos cuantos meses para comprobar si frente a estos discursos enquistados es posible un debate abierto sobre hacia dónde va y debe ir la ciudad. Estos días son para reencontrase con ella, disfrutarla y, si es posible, por una vez, que se guste. Aunque no porque vivamos estos días la fiesta recuperada (creada, de hecho, como la conocemos hoy, hace cuatro décadas) debemos dejar de reflexionar sobre este modelo asentado hasta el punto de haberse convertido en tradición. En estos años ha habido aciertos y correcciones (por unos días toda la ciudad vuelve a sentir suyo el centro histórico, a la vez que es necesario buscar otros escenarios), pero también carencias que deberían hacer envidiar las tradiciones festivas de otras capitales. El pregón de la cineasta Carla Simón, lleno de reivindicación de la vitalidad cultural de la ciudad y de su capacidad de acogida, ¿no hubiese tenido su espacio natural en el balcón de la plaza de Sant Jaume y no en la intimidad institucional del Saló de Cent? El miedo (más que justificado viendo algunos antecedentes) al abucheo, el boicot o la protesta allí donde más duela no debería coartar lo que debería ser un acto popular y con voces que sean capaces de pasar de los salones a las plazas. Mientras no pueda ser así, a la Mercè (y a Barcelona) les faltará algo.