Artículo de Valeria Milara

Lujos de barrio

No perdamos nunca la conciencia de clase y lo que somos

Compra en un supermercado valenciano, en una imagen de archivo.

Compra en un supermercado valenciano, en una imagen de archivo. / L-EMV

Valeria Milara

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El otro día me quedé maravillada y me hizo mucha ilusión ver el nuevo supermercado que habían abierto al lado de mi casa. ¡Qué bonito! Porque lo han dejado con una estética fina, con muchos cristales, tantos que casi me estampo contra el vidrio para verlo por dentro pues era domingo y estaba cerrado

Pero en cuanto pueda voy. Porque me luce. Es un establecimiento que al igual que otro primo hermano que tiene del mismo país, me hace viajar tirando del carro y no de una maleta. Que si los sabores de Grecia, los de Oriente y los de Asia. Y tu allí como loca pensando… Uy, esto hay que probarlo, porque entre mi lista de destinos ahora mismo no está Samarcanda y cómo voy a perder la oportunidad de no saber lo que se come allí.

Y del bazar ya no os cuento. Como si no hubiera tiendas de menaje, ropa, electrodomésticos en el mundo, que lo que nos pierde es comprarlo en este tipo de supermercados y sentir que ha sido una ganga. Como mi bikini estrella de este verano que me costó nueve euros. Siempre sientes que sales ganando y ha sido una bicoca.

Esa es la percepción que tenemos los que vamos. En su mayoría clase trabajadora, aunque no nos olvidemos que a los pijos de medio pelo también les gusta porque tiene su punto de exotismo junto que nunca han sido de mucho gastar en las cosas del comer. Y estos sitios se ajustan de precio a pesar de que los tiempos que corren todo es carísimo.

Con mi amiga Anna gozamos muchísimo. Porque hay muchas cosas y nos chifla ir a sobar y sobar y observar productos ya estamos esperando la gama de especiales de Navidad. Y no hablo de polvorones, que esos en tres días están ya en todos los establecimientos. Hablo de los calificados como 'gourmet'. Esos patés que nunca has comido en tu casa ni tampoco en restaurantes y que a veces se me caducan. Pero yo los echo al carro. O esas mermeladas para maridar con el queso, cuando tú lo has comido siempre con membrillo. Y compras y por esos minutos te sientes rico. Pero eres pobre o con suerte un trabajador con un sueldo decente.

Cuando yo era pequeñita, y mi cabeza ya presentaba signos de que iba a ser una lavadora, en vez de pensar en la abeja Maya pensaba en el universo y por qué existía la tierra, pregunté a mi padre: "¿Papa, nosotros de qué clase somos?" Y el coherente señor Marcelo que trabajaba en una fábrica del sector metalúrgico me dijo: "Hija, nosotros dependemos de una nómina y somos trabajadores". Y en mi casa nunca faltó de nada. Comíamos cocido, estofados, migas de todo. Y los jueves, lentejas y boquerones. El hummus y las gyozas aún no estaban normalizados como comida en mi familia y los mantecados eran para Navidad.

Con esto, lo que quiero decir, que no nos chalemos. Si tuviéramos dinero y fuéramos ricos compraríamos los alimentos 'gourmet' en tiendas donde te cobran por respirar, dónde los canapés van a precio de oro. No perdamos nunca la conciencia de clase y lo que somos. Pero eso sí. Quiero agradecer a este tipo de establecimientos que no nos falten nunca, porque me hacen sentir rica y muy muy viajada. Y eso es muy placentero. Aunque solo sea una ilusión.

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