Nuestro mundo es el mundo

La extrema derecha gana a la moderada

En Suecia vence a los conservadores. En Italia Meloni y Salvini arrinconan a Berlusconi

Leonard Beard

Leonard Beard / Leonard Beard

Joan Tapia

Joan Tapia

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los suecos votaron el 11 de septiembre. El próximo domingo lo harán los italianos. De los resultados suecos y de las coincidentes encuestas italianas se pueden extraer dos titulares. Uno, la unión de las distintas derechas superará a la izquierda. Dos, mucho más nuevo y preocupante, en ambos países la extrema derecha superará a la derecha clásica o moderada.

Hay diferencias. En Suecia los socialdemócratas han ganado con un 30% y 10 puntos de ventaja sobre el segundo partido. Y la formación del Gobierno de derechas será laboriosa. En Italia, si las encuestas no fallan, los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni ganarán con un 25%, por delante del Partido Democrático (socialdemócrata) de Enrico Letta. Pero las consecuencias serían muy similares: gobierno con mucho peso de la extrema derecha. 

En Suecia lo nuevo es que los Suecos Demócratas, partido de origen neonazi, que hasta hace poco era irrelevante, se han convertido, con un 20,6%, en el segundo partido, por detrás de los socialistas, pero por delante del tradicional partido conservador (19%). En Italia, la coalición de la derecha (45%) superará a la de centroizquierda de Letta (30%) que no ha logrado un pacto tan amplio como el de la derecha, lo que le castiga mucho en el actual sistema electoral. Y Meloni (25%) y la Liga de Salvini (13%), superarán con comodidad a la derecha de Berlusconi, adherida al PPE. Meloni se beneficia de no haber entrado en el gobierno Draghi de unidad nacional y de encarnar así protesta y novedad (en el 2018 solo tuvo un 4%).

¿Por qué este tirón de la derecha extrema? Se destaca mucho el origen fascista de estos partidos, pero en Suecia han crecido relacionando el aumento de la inseguridad ciudadana y la criminalidad con la creciente inmigración de países extraeuropeos. Suecia es hoy, con 4 muertos por millón de habitantes, el segundo país en homicidios de Europa (media de 1,6 por millón), cuando hasta hace poco era la nación menos afectada. Y la violencia está ligada, muchas veces, al narcotráfico y a bandas de jóvenes inmigrantes. La policía ha señalado 61 barrios de gran riesgo con alta población inmigrada y la extrema derecha ha pasado en las sucesivas elecciones del 5,6% (2010), al 12,9% (2014), el 17,5% (2018) y el 20,2% ahora. La derecha ha enterrado lo de aislar a la extrema derecha y Margaret Anderson, la primera ministra socialdemócrata, ha tenido que prometer la creación de 50.000 policías más. Pero los Suecos Demócratas no han cejado: había que derruir los barrios conflictivos y expulsar a los inmigrantes autores de cualquier delito.

En Italia la subida de la extrema derecha (Salvini en 2018) también estuvo relacionada con la inmigración y el nacionalismo. Ahora ni Meloni, ni incluso Salvini, quieren salir del euro, pero exigen un mayor peso en una Europa que -dicen- está dominada por Francia y Alemania.

La inmigración y el nacionalismo no son las únicas causas del ascenso de la extrema derecha, pero lo que sí está claro es que demonizarla, acusándola de fascista, cuando -como Marine Le Pen- recoge protestas sociales, no la logra frenar. Habrá pues que recurrir menos al pasado y atender más a los problemas y conflictos reales que la extrema derecha explota y magnifica con tintes xenófobos. Suecia e Italia, dos países muy distintos, afrontan hoy la creciente fuerza de una derecha extrema porque los partidos democráticos no han sabido aunar la recepción de la corriente migratoria, por razones humanitarias e incluso económicas, con la obligación de garantizar la seguridad ciudadana.

No son solo los discursos morales, acusándola de fascismo, aunque el pasado y algunos discursos lo recuerden, el arma eficaz para contenerla y vencerla. No se puede tampoco condenar la inmigración -fruto de la globalización-, sino que se trata de gobernar sabiendo que la lucha contra la criminalidad, que exige algo más que buenismo, es condición necesaria para el bienestar social y la libertad. 

Si las democracias no afrontan con decisión esta asignatura se arriesgarán a que la extrema derecha pese cada día más en la socialdemócrata Suecia. Y a que en Italia Meloni, Salvini y Berlusconi tengan el Gobierno e incluso puedan cambiar la Constitución del 48. ¡Ojo al domingo!

Suscríbete para seguir leyendo