Catalunya, la plaza que no tenía que existir | + Historia
Estos días se han hecho virales las imágenes de las ratas paseando tranquilamente entre turistas en la plaza de Catalunya de Barcelona, un espacio emblemático que de haber sido por Ildefons Cerdà nunca habría existido.
Xavier Carmaniu Mainadé
Historiador
Xavier Carmaniu Mainadé
Si la vida fuese una película de dibujos animados, estos días la plaza de Catalunya de Barcelona habría sido escenario de las aventuras de Mickey Mouse, pero no. La vida es de carne y hueso y las ratas no hacen ninguna gracia. De hecho, es una auténtica vergüenza que una ciudad que aspira a liderar los rankings internacionales tenga uno de sus centros neurálgicos infestado de roedores.
Precisamente, cuando en 1928 Walt Disney daba forma al ratón más famoso del mundo, ese espacio se consolidaba como uno de los lugares más emblemáticos de la capital catalana, aunque en un principio la plaza de Catalunya no tendría que haber existido, porque Ildefons Cerdà no la había incluido en el diseño de su Eixample; pero la presión popular y los hábitos de los barceloneses hicieron inevitable su creación.
Hasta el momento de derribar las murallas, en 1854, la plaza de Catalunya era solo un descampado más allá de los muros que cerraban la ciudad en la parte alta de la Rambla. Simplemente, era un lugar de paso, donde se cogían los caminos para ir a Gràcia y Sarrià; y como en el interior de la ciudad vieja no había espacio para nada, allí se instalaban los 'envelats', las barracas de feria, los mercados y los teatros.
En 1862, el ayuntamiento no siguió el plan Cerdà y puso en marcha el proceso de urbanización de la futura plaza. Pero, si ahora la administración es lenta, entonces todavía lo era más y no fue hasta 1878 que se acordó la expropiación y compra de los terrenos afectados, al precio de 1.000 pesetas el palmo. El problema era que no todos los propietarios de la zona estaban de acuerdo y empezó una batalla legal que se prolongó durante décadas. Así, mientras el Gobierno municipal iba sacando adelante el proyecto, se constituyó una Comisión de Propietarios de Tierras de la plaza de Catalunya que llevaba su caso a instancias judiciales.
Las autoridades quisieron aprovechar la Exposición de 1888 para dar impulso definitivo al espacio y dos años antes de la muestra convocó un concurso para armonizarla. Entre los dieciséis proyectos presentados se escogió el de Pere Falqués que, además, en 1889 ganaría las oposiciones para ocupar la plaza de arquitecto municipal. Su diseño tenía forma de aspa y buscaba el equilibrio con los elementos preexistentes. Además preveía una fuente ornamental en el centro e instalaciones temporales construidas para la muestra, como el Museo de la Armería y el Café del siglo XIX.
Cuando terminó la Exposición de 1888, la plaza de Catalunya ya empezaba a erigirse como una pieza clave en el engranaje urbanístico barcelonés. Aquel espacio abierto articulaba y conectaba la ciudad que había crecido en el recinto amurallado con las principales calles de l’Eixample, donde la burguesía desplegaba su opulencia.
Sin embargo, fue necesaria otra excusa para dar la forma definitiva a la plaza. Y esta no llegó hasta 1929, cuando la ciudad acogió una nueva Exposición. Si la de 1888 había servido para poner los pilares de ese espacio, la de 1929 permitió monumentalizarla. Inicialmente, se encargó un primer proyecto a Josep Puig Cadafalch, pero después fue relevado por otro de Francesc Nebot, aunque este tampoco acabó su trabajo por desavenencias estéticas y fue Joaquim Llansó quien culminó las obras.
Seguramente, muchos de los que pasan por allí a diario no prestan demasiada atención, pero está llena de esculturas de aquella época. En 1927 se organizó un concurso público para seleccionar las obras que la decoran y se presentaron noventa propuestas, de las cuales se escogieron una treintena, realizadas por algunos de los autores más importantes del momento, como Josep Llimona, Frederic Marès, Josep Clarà o Pau Gargallo. La selección no estuvo exenta de polémica (una más), porque sectores conservadores se quejaron de que entre las obras había demasiadas piezas con desnudos femeninos. Esto hizo que algunas esculturas se trasladaran a otros lugares menos concurridos de la ciudad, como Montjuïc o el Palacio Real de Pedralbes.
Si pasara ahora, no nos daríamos cuenta, porque suficiente trabajo hay con esquivar las ratas que estos días campan a sus anchas por la plaza. Y quien dice ratas, también dice palomas, pero las dejaremos para otro artículo.
Homenaje a Macià
La última escultura instalada en la plaza data de 1991. Se trata de la obra creada por Josep Maria Subirachs para homenajear al presidente de la Generalitat republicana, Francesc Macià. En este caso, el proceso también fue largo y polémico, porque se empezó a hablar de ello en 1976 y, además, el proyecto inicial nada tenía que ver con lo que acabó inaugurando.
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