Artículo de Ana Bernal-Triviño

La sumisión química: ataque a la libertad sexual

El machismo no descansa en crear métodos donde vulnerar los derechos de las mujeres, en atacar su integridad física y mental, en violar sus cuerpos como símbolo de poder, humillación y denigración

Inyectar droga con una jeringa: un tipo de sumisión química que llega a España

Inyectar droga con una jeringa: un tipo de sumisión química que llega a España

Ana Bernal-Triviño

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El aumento de la sumisión química en los últimos años no es casual. En esta etapa, el feminismo ha puesto sobre la mesa la denuncia sobre la violencia y la libertad sexual de las mujeres. La necesidad de adaptar nuestro ordenamiento jurídico al Convenio de Estambul abrió la caja de los truenos en los sectores más negacionistas de la violencia machista. Este convenio, adoptado por otros países de nuestro entorno, pone en el centro el consentimiento de las mujeres. Y ese cambio de norma, a quienes se sentían con todo el poder de agredir, les hace reaccionar. Las mujeres hemos crecido toda la vida con el mensaje de tener cuidado en la calle solas, en las ferias y en las fiestas. Los casos de las jóvenes de Alcàsser, de Rocío Wanninkhof, de Sonia Carabantes o de Diana Quer, entre otras, fueron una advertencia para todas. Y si sobrevivías, como la víctima de la Manada, aprendimos que no lo tendríamos fácil ante una justicia que tomó, al principio, una violación por un 'jolgorio'. Cuando hemos tomado conciencia de la violencia sexual, los agresores no se han mostrado dispuestos a frenar su abuso de poder. Al revés, han pensado en alternativas. 

Desde las violaciones grupales a engañar a las mujeres de maneras más sutiles. Si ya estábamos advertidas con el consumo de alcohol, con la sumisión química han encontrado la fórmula para anular el consentimiento. Al principio, el cuidado estuvo en las bebidas, donde se dieron varios casos en los que los agresores suministraban las drogas a sus víctimas. Una vez alertadas de este método, han pensado en otro: inyectar de forma directa la sustancia. No es casualidad que el 90% de estos casos sean de mujeres y con la conocida como “droga de las violaciones”. Es así como siempre reaccionan: buscar otros métodos para ejercer su privilegio de la violencia sexual. Dice la policía que no se han registrado violaciones posteriores tras los últimos pinchazos denunciados. Cierto, pero porque hemos dado la voz de alarma entre nosotras y ya no callamos.

Llevamos un par de años señalando que esta sumisión química era real y cada vez más. Mujeres que, desorientadas y con su conciencia anulada, despertaban con ropas rotas, violadas y sin recordar nada. Es la coartada perfecta para los agresores, su impunidad. Ellas, en cambio, enfrentan una etapa dura de recuperación, donde la debilidad que producen esas drogas, sumada a la desorientación y pérdida de juicio, angustia aún más a unas víctimas que no pueden defenderse sin recuerdos. No tienen datos que aportar, salvo el último instante en el que pierden la conciencia. Y todas las preguntas irán a ellas. Los síntomas de estrés postraumático formarán parte de su día a día.

Siempre advertimos, en contra del discurso de la ultraderecha, que el patriarcado es universal y también lo son los agresores. Por eso estos casos de sumisión química se están produciendo en diversos países, como Bélgica, Reino Unido o Francia. Da igual su nacionalidad, lo importante es que son hombres machistas. Todos unidos por una educación misógina, cuyo discurso más radical reside en los 'incels', individuos que odian a las mujeres que los rechazan. Sus redes sociales son un polvorín de ideas para atacarlas. 

Un estudio de Oxfam refleja que el 68% de los jóvenes españoles considera que tiene capacidad de decidir también sobre el cuerpo de la mujer, o piensan que si ellas beben se exponen a ser abusadas. Por eso el machismo no descansa en crear métodos donde vulnerar los derechos de las mujeres, en atacar su integridad física y mental, en violar sus cuerpos como símbolo de poder, humillación y denigración. Para tener carta libre, se han servido siempre de una cultura de la violación que nos ha culpado y responsabilizado a nosotras. Y ojo, que esto no va siempre del mito del agresor desconocido. Quienes trabajan con estas víctimas advierten de que cerca del 80% de los abusadores por sumisión química son amigos o conocidos. 

Cuando las mujeres reclaman su libertad sexual, los agresores no lo consienten, porque hasta entonces la libertad era de ellos. Los protocolos de atención a las víctimas son vitales y necesarios pero lo urgente es hablar de ellos, en por qué lo hacen y en no seguir educando en nuestra cultura a futuros agresores.

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