La campaña militar (57) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Rusia juega a su antojo con los cereales ucranianos

Putin sigue en condiciones de bloquear las exportaciones de grano de Ucrania con el doble objetivo de dañar su economía y presionar a Occidente, culpabilizándolo de provocar una hambruna generalizada

El puerto de Odesa tras el ataque con misiles ruso

El puerto de Odesa tras el ataque con misiles ruso / Fuerzas armadas ucranianas

Jesús A. Núñez Villaverde

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El juego es viejo. Alguien ataca con misiles Kaliber el puerto de Odesa, tan solo un día después de que Ucrania y Rusia, por separado, firmen un acuerdo gracias a la mediación turca y con aval de la ONU para que los cereales ucranianos puedan ser nuevamente embarcados desde los puertos de Odesa, Chornomorsk y Yuzhne y paliar así la crisis alimentaria que afecta ya a muchos países. Moscú niega de inmediato cualquier responsabilidad. Turquía comunica que Moscú le ha confirmado que no tiene nada que ver con el ataque. La ONU declara que no puede determinar quién ha sido el atacante. Y finalmente Rusia confirma que sí ha lanzado el ataque, pero que el objetivo era una instalación militar y no una infraestructura logística necesaria para la carga de los buques.

Así, como tantas otras veces, Rusia consigue de un solo golpe que quienes planeen enviar buques a esos puertos se lo piensen dos veces, que Turquía y la ONU vuelvan a quedar desairados y que Ucrania sepa que no va a haber pausa alguna, aunque con todo ello la credibilidad de la palabra rusa quede por los suelos. Y encima Moscú puede aducir que no ha violado el acuerdo, puesto que no ha impedido el tránsito del grano, sino que se ha limitado a golpear un objetivo militar terrestre de su enemigo. De poco vale que el llamado acuerdo de Estambul estipule que se formará un centro de coordinación -con representantes de Ankara, Kiev y Moscú-, que se abrirán tres corredores de entrada y salida (Kiev no desea un desminado de esos puertos que, además, retrasaría en semanas la aplicación del acuerdo), que las inspecciones de los barcos solo se harán en aguas turcas (para comprobar que no transportan ninguna mercancía prohibida), que los buques rusos no participarán en las escoltas que se organicen o que no habrá representantes rusos en los tres puertos.

En la práctica, todo el acuerdo queda subordinado a los cálculos de Vladimir Putin, mientras cabe preguntarse, por un lado, qué ha logrado a cambio de la firma y, por otro, hasta dónde llega la voluntad de la comunidad internacional cuando Moscú decida bloquear algún barco (sabiendo que Rusia puede vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que pretenda atentar contra sus intereses). O, lo que es lo mismo, Rusia sigue en condiciones de bloquear las exportaciones ucranianas de grano con el doble objetivo de dañar su economía -Volodímir Zelenski calcula que el país necesita 9.000 millones de dólares al mes para poder mantener su funcionamiento básico- y presionar a Occidente, culpabilizándolo (sin fundamento) de provocar una hambruna generalizada.

Evidentemente, si Ucrania fuera capaz de exportar sus cereales el efecto sería muy positivo; pero eso no significa que se acabarían sus penurias ni que llegaría a su fin la crisis alimentaria que sufren muchos países africanos y asiáticos. Basta con recordar que antes de la invasión rusa, Kiev exportaba mensualmente unos 6 millones de toneladas. Ahora solo está vendiendo unos 2 millones y dice almacenar otros 20 millones, por un valor estimado en 10.000 millones de dólares (poco más de un mes, según los citados cálculos de Zelenski). Si se tiene en cuenta lo robado por Rusia, los campos incendiados y las enormes dificultades para una nueva cosecha, más el tiempo necesario para normalizar los canales comerciales hasta que finalmente puedan llegar a tantos millones de personas hambrientas, es inmediato concluir que aun en el improbable caso de que se logre aplicar el acuerdo, los problemas no terminan.

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