UN SOFÁ EN EL CÉSPED
Preparados para volar
Josep Maria Fonalleras
Escritor
No hay nada como ver un partido de fútbol en el campo. Y me atrevo a decir que no hay nada como un partido de futbol nocturno, cuando se amansa el calor y el olor a hierba penetra en tu memoria para llevarte hacia aquellos otros partidos, los que viste con tu padre, de niño. En mi caso, por ejemplo, contra el Stuttgart o contra el San Lorenzo de Almagro, que son los equipos que venían a jugar a Montilivi (en los 70), en el Torneo Costa Brava, y prometían, entonces, una velada de altos vuelos futbolísticos. En casa, tienes repeticiones y patatitas y cervezas, pero en el campo resucita ese monstruo escondido que se desata de las oscuridades del recuerdo y te agarra y te grita que no hay deporte como éste, por mucho que Adam Sandler, en esa película que no está nada mal (“Hustle”, Garra), diga que odia el fútbol.
La noche del sábado, en Girona, se vivió la comunión entre afición y equipo que tanto habíamos deseado y que llega justo en el último partido de la temporada. Para los más optimistas (“solo se necesita un gol en el Heliodoro y que ellos no marquen”), el último en Segunda; para los más pesimistas, el último de una larga serie de decepciones en el intento de superar un play-off maldito. Durante el resto del año, la pertinaz lealtad del Jovent Gironí (la peña de los jóvenes impertérritos) ha sido el único bastión que ha despertado del letargo a un estadio no especialmente dado a la presión ambiental.
Dimensión desconocida
El sábado, esa noche, la grada rugió por fin como nunca, incluso más que ante el Barça o el Madrid, porque era más homogéneamente gerundense. Y me quedo con una jugada, que acabó en nada, pero que refleja el ambiente, ese tópico del jugador número 12. Faltaban diez minutos para el final y el Girona montó un ataque con cinco delanteros que marchaban al unísono en pos de esa Zona 3 que es como llama Michel a la dimensión espacio/tiempo donde se meten los goles. Una dimensión desconocida para los rojiblancos, que llevan cinco partidos de ascenso sin marcar en casa. Da igual. Ahí percibí el aliento prístino de la memoria del olor nocturno a hierba en un campo de fútbol. En la llegada a Montilivi, a Stuani se le erizó la epidermis (hay fotos) y yo también viví momentos de gallina de piel.
Los del Jovent Gironí fabricaron para la eliminatoria contra el Eibar una pancarta enorme (tras horas de trabajo manual y voluntad acorazada) que decía: “Tocant de peus a terra; preparats per volar”. Con los pies en el suelo, a punto de emprender el vuelo. Ahora, la metáfora (subir de nuevo a Primera, tras tantos vaivenes, tantas decepciones) deviene realidad (volar a Tenerife) con la convicción que los canarios no son mejores y que, como declaró Ramis, “el cementerio deportivo está lleno de equipos favoritos”. Se trata de que alguien entre en la ciudad prohibida de la Zona 3 y consiga ver puerta de una vez. Una sola vez. O dos o tres. En cualquier caso, una vez más que ellos. El domingo que viene, como decía una amiga, otro día histórico e histérico por vivir.
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