Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Editorial
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La jornada escolar continua, a debate
Cuando hace 12 años se desmanteló la jornada partida en los institutos solo se consideraron argumentos que coincidían con el interés de los docentes
Hace ya más de 12 años, los institutos catalanes transformaron su modelo de horarios, al adoptar de forma generalizada la jornada continua, entre las 8 y las 15 horas. Una medida en la que se conjugaban los intereses de la Administración, que podía liberar esfuerzos y espacios dedicados al comedor escolar, y las reclamaciones del profesorado, que podía verse así liberado de actividad docente por las tardes. Con todo, la adopción de la jornada continua fue justificada con motivos pedagógicos, esgrimiendo los estudios que señalaban que el rendimiento escolar era mayor en las primeras horas de la mañana y decaía claramente después del almuerzo. Otros aspectos igualmente consistentes, que no se tuvieron en cuenta en ese momento o que se han hecho evidentes a lo largo de los años, fueron ignorados. Y no son pocos: un horario de comidas irracional (con hasta tres microdesayunos antes de llegar al instituto y en dos horas de recreo, o ninguno de ellos, más un almuerzo a una hora extremadamente tardía), más dificultades de organización del horario familiar e incremento de las desigualdades entre las familias con más recursos, que pueden equipar a sus hijos con actividades extraescolares, y aquellas que no pueden hacerlo y que se encuentran con preadolescentes y adolescentes ajenos fuera del radar tanto familiar como escolar durante la mitad del día.
Aunque el próximo curso la adopción de la jornada continua en septiembre como complemento al adelanto del inicio escolar haya hecho pensar que podría estar en el horizonte la extensión de este modelo también a la educación infantil y primaria, la intención es más bien la contraria. Plantear en los centros de secundaria que adopten el modelo de instituto-escuela que establezcan el horario de la primaria, con una pausa entre las 12 y 14 horas en casa o el centro que permita una organización «saludable» de los horarios de comidas. Y también que facilite la oferta de comedor escolar, un servicio que con la emergencia social de estos últimos dos años se ha reafirmado como un elemento de equidad.
Frente a la apelación de que la escuela «no es una guardería» se debe considerar que el tiempo de presencia en el entorno escolar, sea el estrictamente académico, sea el de convivencia o el de actividad extraescolares, tiene un beneficio directo sobre el rendimiento y el bienestar de los alumnos. Difícilmente, con tantos frentes abiertos con el profesorado, el Departament d’Educació irá más allá de lo apuntado hasta ahora. Pero deberían ser los argumentos que tienen como eje la salud alimentaria, el rendimiento escolar y la sociabilización de alumnos los que rijan este debate (y no como pantalla para que sean otros intereses los que realmente estén sobre la mesa).
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