Pros y contras | Artículo de Josep Maria Fonalleras

La escena final de 'Alcarràs' y los melocotones que conservan la luz

alcarras

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Josep Maria Fonalleras

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Salgo de ver ‘Alcarràs’ y encuentro a un viejo conocido que hacía tiempo que no veía. Acompaña a su padre, un hombre centenario en una silla de ruedas. El hombre todavía me reconoce. Había tenido un establecimiento de cosmética en la Rambla, una pequeña tienda de barrio que ahora debe ser un bar con paellas recalentadas. El hijo me dice: “Salimos cuando no hace tanto calor; a él le gusta ir donde estaba la tienda”. Pienso en lo que se ha ido, en los restos del naufragio, en el espacio que habitamos y que ya no existe, en aquella diáfana claridad, cegadora, que se esconde en la memoria que ha tenido que luchar contra la pérdida de las coordenadas.

En la escena final de ‘Alcarràs’, el padre de los Solé elige los melocotones de viña, intensamente amarillos, para conservarlos. Toda la familia colabora. Los pelan (de la piel aterciopelada emerge su carnosidad dulce), los colocan en los botes, los cierran, los hierven al baño maría. Mientras, la excavadora extirpa los melocotoneros de “la terra ferma”. En el invierno del recuerdo perdurarán los melocotones que contienen el verano del estallido. Serán prenda de lo que hemos perdido. Una luz encapsulada, persistente, como la de la mirada del padre de mi amigo.

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