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'Alcarràs' en versión metropolitana: el difícil día a día de una estirpe de payeses de Sant Boi

La taquillera película de Carla Simón retrata las tribulaciones de una familia payesa del Segrià en la que se reconocen los Farrés-Domínguez del Baix Llobregat

Familia Farrés Cuaderno

Familia Farrés Cuaderno / Jordi Cotrina

Núria Navarro

Núria Navarro

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Esta película no está ambientada en el Segrià, sino en el Baix Llobregat, donde los cielos no son tan limpios y la vista tropieza con autopistas, líneas de alta tensión, polígonos y bloques de viviendas. Tampoco explica –afortunadamente– la última cosecha de una estirpe de payeses. Pero contiene los tintes de epopeya que convierten a 'Alcarràs', el filme de Carla Simón, en un fenómeno de taquilla: tres generaciones que doblan el espinazo, el rigor en la cosecha, la angustia de 'colocar' el producto, los temporeros africanos, la plaga de conejos y la presión del capital en nombre del progreso. "Es tal cual", confirma Germán Domínguez –el equivalente al Roger de la ficción–, el 'nano' de Cal Farinetes.

Germán, 26 años, es una rareza entre los agricultores metropolitanos. El 65% no bajan de los 55 y esperan la jubilación para 'cerrar' el campo. Así que el anuncio de seguir en el oficio de los tatarabuelos revistió tintes de drama familiar. Se disgustó el patriarca, Baldiri Farrés (1941), uno de los fundadores de la Unió de Pagesos en tiempos de Franco, un tipo duro de verdad que a los 22 años, cuando un infarto se llevó a su padre, tuvo que encargarse de las tierras.

Y se disgustó la madre, Mercè Farrés (1965), que de pequeña, confiesa, le avergonzaba que la llevaran en tractor al cole –"el payés era de segunda, entonces"–, y encajó mal la poca disponibilidad del padre, la imposibilidad de unas vacaciones como dios manda y el imperativo de vender el producto en la parada del mercado de su madre. "Cuando Germán me lo dijo, se me cayó el mundo encima".

Germán Domínguez, con el tractor.

Germán Domínguez, con el tractor. / Jordi Cotrina

El precio de la globalización

¿A qué tanto disgusto? "¿Ve aquellas alcachoferas? –señala a poniente Baldiri–. Tanto dinero y esfuerzo invertidos y ya no las quieren en el mercado, a la basura". Una vez, prosigue, con lo sembrado a punto de coger, cayó pedrisco y lo perdió todo. "Ni unas gafas para el hijo pudimos pagar". Y así, una y otra y otra vez.

"Esta vida no tiene nada de positivo –rezonga el abuelo, aunque revienta de orgullo–. Hay mucho bla blá sobre la payesía, pero vais a comprar una cebolla, os dicen que vale 1 euro y la queréis a 0,80, ¡pues os la plantáis!". En un periquete se monta un sanedrín familiar sobre quién tiene la culpa. Gana "la globalización".

La tierra fértil

Los de Cal Farinetes –la masía se llama así porque el tatarabuelo preparaba gachas populares para los hambrientos– trabajan 9 de las 3.473 hectáreas del Parc Agrari del Baix Llobregat. Tres son propiedad de Baldiri y otras seis son alquiladas. En el Baix corre que esa tierra es más fértil que la del Nilo, por el lodo de las crecidas del Llobregat (la última, en septiembre de 1971).

Germán arrancó los frutales del abuelo –de crecimiento lento– y plantó alcachofas y habas, coles y brócolis, y el año pasado se atrevió con el 'calçot' ("unos 7.000 kilos estaremos plantando"). La mitad de la producción va a Mercabarna, y la otra, la vende los sábados, junto a sus padres y su hermana, Laura, en una parada callejera de Sant Boi.

El olvido de los 'esenciales'

Durante el estado de alarma, cuando cerraron los mercados ambulantes y el género quedó parado, Germán llamó desesperado a TV-3 y dijo por antena que podía hacer cestas para los confinados. "Eso fue un martes por la tarde, y el miércoles ya repartía 80; se colapsó el Whatsapp". La familia entera y los temporeros trabajaron a destajo en el garage. Entre 100 y 150 cestas cada semana repartieron. Jugaban en la liga de los ‘esenciales’.

"Un saco de abono que costaba 8 euros antes de la pandemia y hoy supera los 20, ¡pero el producto es el mismo!"

Acabado el encierro, no solo dejaron de oír los aplausos, sino que han visto cómo el precio del gasoil pasaba de los 0,7 euros el litro a 1,42 en un año. "Un saco de abono que costaba 8 euros antes de la pandemia hoy supera los 20 –lamenta Germán–, ¡pero el producto es el mismo!".

Cogió el tractor y se sumó a la protesta y hasta leyó el manifiesto en plaza de Espanya, porque es el vocal de comunicación de la Unió de Pagesos de la comarca. Pero no le queda otra que, tras acabar su labor, hacer jornales con el tractor para terceros. "A veces me llama de noche –se angustia Mercè– y me dice que no me preocupe, que lleva una luz y ve bien".

Baldiri Farrés, el patriarca de Can Farinetes.

Baldiri Farrés, el patriarca de Can Farinetes. / Jordi Cotrina

Las tentaciones del capital

En 'Alcarràs', el asedio de la modernidad queda simbolizado por el desembarco de paneles solares para montar un parque fotovoltaico gestionado por el rico de la zona. Cal Farinetes ha vivido otras presiones. La del 'tocho', sin duda. Pero ha habido otras más llamativas, como la pretensión de instalar Eurovegas, el complejo de ocio de Sheldon Adelson, que prometía empleo a gogó en sus 12 'resorts', seis casinos, tres campos de golf y nueve teatros, con un consumo energético equivalente al de toda Zaragoza.

La última tentación para tirar la toalla y vivir la vida padre es el cáñamo industrial. "Están pagando por una hectárea 30.000 euros de alquiler al año, cuando nosotros pagamos mil", compara Germán. Hay que llevar el oficio incrustado en la médula.

La ampliación del Prat supondría que si un pájaro decide descansar, reproducirse o alimentarse en sus tierras, no pueden tocar una hortaliza

Otra 'amenaza' fue –¿aún es?– la ampliación del aeropuerto del Prat. Y no por el ruido de las turbinas, que les queda a 12 kilómetros. La tercera pista ampliaría en mil hectáreas la Zona de Especial de Protección para las Aves (ZEPA), que hoy son 280, situadas en la ribera de la playa del Prat. Según la ley, si un pájaro decide descansar, reproducirse o alimentarse en sus tierras, prohibido tocar una hortaliza. "No podría cosechar, ni hacer tratamientos químicos ni limpiar las salidas de riego. Tendría que precintar el campo".

Mercè Farrés y su marido, Germán Domínguez, entre brócolis.

Mercè Farrés y su marido, Germán Domínguez, entre brócolis. / Jordi Cotrina

Mientras, ya la lían parda los conejos, las cotorras, las torcaces y los jabalís que duermen entre los cañaverales del Llobregat y entran a darse atracones. "Plantamos 4.000 brócolis un viernes y el martes estaban todos picados, mil euros a la basura y a volver a plantar". Pero aquí no matan conejos a balazos desde un coche, como en la película. Aquí un cazador federado "se pone al pie de la higuera y dispara a todo lo que pasa por delante".

Invitaron por redes a Marc Gasol a conocer sus campos, y la exestrella de la NBA se presentó con interés hortícola

Nuevos tiempos

Tampoco hay cuatro matas de marihuana escondidas entre el cultivo para darse algún homenaje, como en 'Alcarràs'; pero a Germán le gusta la fiesta. Tuvo sus broncas con el 'avi' Baldiri porque a las 6 de la mañana le esperaba para salir a los campos y él volvía de parranda. La tensión ha cedido, el chico tiene pareja –"lo primero que le dije a mi novia es a qué me dedicaba y qué significaba"– y cumple, achicharre o se venga el cielo abajo.

Y ha hecho tratos con un distribuidor de Vic que le conecta con un chef 'estrellado', y maneja con soltura las redes sociales, que glamurizan la vida agrícola y son una estupenda herramienta de márketing. Hasta mandó una invitación al samboiano Marc Gasol para que fuera a conocer sus cultivos, y hace unos días, guau, la exestrella de la NBA se presentó en la línea de coles con interés hortícola.

Fira de Sant Boi

Germán, con sus padres, en la parada ambulante de Sant Boi. / Instagram

"Ahora estoy muy orgullosa, porque veo que Germán funciona de otra manera que mi padre, ¡gracias a Dios! –dice Mercè–. Los sábados, mi marido, Germán, mi hija, Laura, y yo vamos a la parada con mucha ilusión". Y el 'avi' Baldiri, tan cascarrabias como el Quimet Solé de la película, no falla un día en las tierras, dispuesto a desbrozar y a lo que haga falta. "No sé cómo lo hace el 'nano', pero nos ha involucrado a todos". 

Esta película, como ven, tiene un 'happy end'. Pero si van a la verdulería, no escatimen cuatro perras. No vaya a ser que, como los Solé de 'Alcarràs', los de Cal Farinetes –y el resto de payeses que nos dan de comer– tengan que vivir su última cosecha.

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